viernes, 9 de septiembre de 2011

Lo importante es tu maleta

El primer movimiento debajo de las sábanas se produce cuando el telefonillo suena por cuarta vez. Primero un brazo que se estira y se rasca la cabeza. Después, un amago de darse media vuelta. Y, al instante, el joven acaba por incorporarse. Se sienta en el borde de la cama. Sobre la mesilla, un billete de avión con salida para el día siguiente. Lo coge, lo mira fijamente durante unos segundos, y lo coloca debajo del despertador, fuera de la vista. Resopla y se pone en pie.

- ¿Diga?

- Soy yo, cariño. ¿No me digas que estabas dormido todavía? – la voz de mujer rechina al otro lado del telefonillo.

- No, no... Es que aún...

- No me lo puedo creer. ¿Sabes qué hora es? Ya deberíamos estar saliendo.

Mira a su reloj. Las diez y cuarto. Pulsa el botón del telefonillo y va hasta la encimera de la cocina del estudio. Abre una, dos, tres puertas de los armaritos superiores hasta que encuentra un tarro al que le quedan dos cucharadas de café. Suena el timbre de la puerta.

- Mira que lo sabía. Menos mal que esta mañana se me ocurrió que debía pasar a por ti – la joven entra en el piso cargada con una maleta y un bolso de mano enorme.

- Oye, aún hay tiempo de sobra – él se da media vuelta y se dirige de nuevo a la encimera.

- ¿Es que no me vas a dar un beso?

- Tengo mal sabor de boca. Todavía no he desayunado. Y, ¿qué es eso de que deberíamos estar saliendo? El vuelo sale a las tres de la tarde, ¿no?

- Sí, ya. Y el tráfico, y facturar, y las colas. Sabes que me pongo muy nerviosa – ha dejado la maleta y el bolso en el suelo y observa el desorden del estudio – No entiendo cómo puedes vivir así, el fin de semana pasado te ayudé a adecentar esto y mira cómo está ahora.

- Ya te he dicho que he salido muy tarde de la oficina toda la semana – contesta mientras acaba de preparar el café, dándole la espalda a ella – Y anoche...

- Bueno, cariño, no te preocupes. Dentro de unas horas estaremos en Londres y ya tendrás tiempo de poner todo esto en orden cuando volvamos.

- Es que Aguirre parece que no sabe decir las cosas si no es con una cerveza detrás de otra.

- Ahora lo importante es tu maleta... porque ya veo que no has preparado nada, ¿no? – la chica ha empezado a abrir los armarios del lateral de la cama.

- Déjalo, oye, no te preocupes. Anoche al acostarme se me ocurrió que quizás sería mejor si...

- Mi madre siempre me dice que cuando vivamos juntos no necesitaré buscar un trabajo. Que con ocuparme de ti ya tendré bastante – sobre la cama sin hacer ya hay varios pantalones que ha ido eligiendo del armario - ¿Y esta camisa? ¿Te la vas a llevar? Nunca te la pones, y me tiré una tarde entera para encontrarla.

- Que a fin de cuentas, yo ya he estado en Londres, y a ti a lo mejor te hace más ilusión estar con tus primos, a tu aire, sola.

- ¿Dónde tienes el sobretodo negro? Ya sabes, el impermeable. Está previsto que haga mal tiempo, por si no lo habías mirado.

- Necesito pensarlo. Aguirre está entusiasmado con la idea. Que sería el empujón que necesito. Que yo valgo mucho y esto se me queda ya pequeño – aún apoyado en la encimera y con el café a medio terminar, el chico enciende un cigarrillo.

- Ay, mira, no seas bobo. Si necesitas pensar, ya lo harás mientras paseamos por el barrio chino, o por el Soho... o por Notting Hill. ¿No querías ir a Notting Hill, cariño?

- Y no digo que sea mala idea. Pero sería un gran cambio. Para todos, quiero decir – el chico habla sin levantar la vista del suelo.

Ella deja por un momento la ropa y se acerca hasta él, abrazándole por la cintura.

- Pues si tu crees que es un buen cambio, yo también, cielo – los ojos de la chica se elevan en busca de los de él. En ese momento suena el teléfono en el estudio. Sin mirarla, el chico pasa la mano por la cabeza de ella y le revuelve suavemente el cabello. Le aparta el brazo con el que le tiene cogido y se dirige a responder el teléfono.

- ¿Sí? Ah, hola mamá.

- Dale un beso de mi parte a tu madre, ¿quieres? – la joven vuelve a la maleta que ha quedado abierta encima de la cama.

- Hace un rato, sí. Es que no estoy durmiendo bien estos días. Los nervios del viaje, supongo.

- No te enrolles, cielo. Que aún tienes que ducharte.

- Sí, sí, ya está decidido. Anoche lo vi todo claro – el chico se acerca a la ventana del estudio y habla mirando hacia la calle.

- Te voy a meter un jersey de cuello vuelto. Para la noche que vayamos al teatro, ¿te parece?

- ¡Que me vas a echar de menos! Pero si últimamente apenas nos veíamos, mamá.

- No entiendo cómo nos hacen viajar con estas maletas tan pequeñas. No cabe nada – la chica busca ahora entre los cajones de la ropa interior.

- En avión, sí. No, no tengo tantas cosas que llevarme.

- Y todavía hay que hacer hueco para el neceser. Con tus cremas y lociones. A veces me pregunto si tengo un novio o una novia.

- Claro que todo irá bien, mamá. Siempre te preocupas demasiado. Ya soy mayorcito.

- Bueno, pues esto casi ya está. Te he metido ropa interior para una semana. No sé, por si acaso.

- Que sí... que te llamaré en cuanto esté instalado. Oye, se me hace tarde, ¿vale? Un beso.

- ¿Cómo está tu madre?

- Bien, bien. Un poco preocupada, nada más. Siempre le han dado miedo los cambios.

- ¿Sabes, cielo? Yo sé que las cosas no nos han ido muy bien últimamente. Pero tengo la sensación de que este viaje va a ser un antes y un después para nosotros.

- ¿Tú crees?

El chico se aleja de la ventana, cuelga el teléfono y, tras dudar un segundo, la abraza, sin mirarla, juntando ligeramente su cabeza con la de ella.

- Estoy totalmente segura. Y no sólo eso. Creo que vas a necesitar una maleta más grande.

La mirada de él se dirige hacia su maleta, aún sin cerrar, encima de la cama, junto a la mesilla. Sobre ella, el billete de avión que estaba debajo del despertador se halla ahora a la vista.