sábado, 11 de octubre de 2008

Vertical, siete letras: abertura en la pared (y IV)


Domingo, 16 de abril de 2000

El paté estaba en mal estado, y he estado a punto de comérmelo. Tengo que estar más atento con las cosas, últimamente parece como si no pudiera concentrarme en lo que hago.

Lunes, 17 de abril de 2000

Vertical, ocho letras: descuido o equivocación involuntaria.

Martes, 18 de abril de 2000

Una mañana más de espera, de nuevo en vano. Mis ojos han estado volando de un extremo al otro del parque durante horas en busca de una señal, de ese dichoso camión que devolverá otra vez la vida que siempre existió aquí. Pero parece que hay alguien que se ha olvidado de nosotros. De los niños y sus juegos, de los ancianos en su descanso, de mí. Y aunque sé que esto no acelerará el proceso lo más mínimo, me siento en la obligación moral de seguir guardando la espera, como el vigilante en la torre que entre gritos de júbilo anunciará al resto de la tripulación que la tierra ha sido avistada.

Jueves, 20 de abril de 2000

Después de comer, sentado en la taza del water, me he fijado en algo en lo que no suelo fijarme en esos momentos, pero que está generalmente muy a la vista. Los pies. Esos dos seres blancos y deformes que rematan el final de cada pierna. ¿Por qué son tan feos? ¿No sería más sencillo y funcional desplazarnos sobre ruedas? Al menos, para el suelo liso y uniforme de un piso sería lo más apropiado.

Viernes, 21 de abril de 2000

Aún estoy intentando aceptar lo que he visto esta mañana. A eso de las diez y media, mientras estaba como de costumbre últimamente con la vista clavada en el parque, el camión que llevaba semanas esperando por fin ha aparecido. Solo que no era un camión, sino una furgoneta. Y los trabajadores que han bajado de ella no traían nada que restaurara mi casi perdida sonrisa. Al contrario, y ante mis ojos incrédulos y algo mojados por las lágrimas, los casi veinte bancos y varias papeleras que llevaban lustros cumpliendo silenciosamente su labor han sido cortésmente invitados a seguir el mismo camino que ya emprendieran los columpios días atrás. No sé que está pasando, mi mente no puede pensar con claridad. Los pensamientos se agolpan en mi cabeza como los mosquitos que chocan contra la ventana buscando la luz del interior. Sólo sé que el parque está prácticamente desierto, y que el miedo y la desesperación tienen a mi estómago cogido uno de cada lado mientras tiran con fuerza intentando despedazarlo.

Sábado, 22 de abril de 2000

No he pegado ojo en toda la noche. No es que siquiera lo haya intentado, no habría sido capaz. En vez de eso, lo único que he podido hacer ha sido contemplar la imagen del parque, abatido e indefenso bajo las luces naranjas de las farolas, y recordar. Ha tenido que ser el pasado el protagonista de las horas muertas en la madrugada, porque cualquier intento de encontrar un porqué venía instantáneamente seguido de un temblor frío que me sacudía de arriba abajo.

Domingo, 23 de abril de 2000

No puedo, soy incapaz de entenderlo. Mientras el sol brilla en lo alto con más fuerza de la que es necesaria a estas alturas del año, lo que debería ser un tumulto de vida ahí abajo no es más que un silencio salpicado por algunos inocentes cánticos de los muchos pájaros que aún ignoran los cambios producidos varios metros más abajo desde hace casi un mes. ¿Es que nadie más que yo echa de menos los paseos, las charlas, los juegos o simplemente los ratos al sol leyendo el periódico en el banco? ¿Acaso ninguno recuerda ya todas las pizcas de vida que de una u otra manera han venido a parar cinco pisos debajo de mí?

Lunes, 24 de abril de 2000

Vertical, nueve letras: dejar desamparada una persona o una cosa.

Miércoles, 26 de abril de 2000

Vagando todo el día de un lado para otro de la casa. Moviendo un pie tras otro con la decisión que mueve a los que ansían por llegar a su destino, pero sin tal destino. Como el niño que se ha perdido de sus padres en la gran feria, y corre a buscarlos sin saber siquiera que dirección tomar.

Jueves, 27 de abril de 2000

Siempre empieza igual. Sin saber cómo, me encuentro andando por el parque. El viento me pega en la cara, lo que me hace sentir más libre aún. Entonces empiezo a meterme por alguna calle, con paso ligero, poniendo un pie detrás del otro con un brío casi militar. Pero al poco rato me doy cuenta de que estoy perdido. No reconozco la calle. No sé hacia donde tirar. Empiezo a ponerme nervioso. Y lo que antes era una calle prácticamente desierta empieza a poblarse de gente caminando a mi lado. Alguno me mira, se están dando cuenta de mi nerviosismo. No sé muy bien que hacer, las piernas comienzan a temblarme, y por momentos se me hace imposible seguir andando. Noto como las cabezas se giran hacia mí, oigo algunas risas. Algunas veces (las peores) estás tú también entre ellos, Mariola. Y yo me quedo definitivamente parado, inmóvil en medio de la calle, sin saber si llorar, gritar o salir corriendo. Y entonces, en el peor momento, es siempre cuando me despierto. A punto de explotar, temblando. Recuerdo que ya soñaba con esto cuando iba al colegio, y nunca ha dejado de acompañarme. Más tarde o más temprano volvía a aparecer. Ahora, sin embargo, no puedo evitar que se repita noche tras noche.

Viernes, 28 de abril de 2000

Atraído y repelido por los dos polos opuestos de un imán, las horas van pasando bien mirando por la ventana, con la esperanza de ver pasar a alguien por el parque (aunque la ilusión es efímera, ya que las pocas personas que he visto en estos días no han tardado más de medio minuto en desaparecer de mi vista), bien encerrado en mi cuarto y exento de luz solar, con la persiana bajada, y prefiriendo ignorar el turbador panorama que se me aparece una y otra vez tras el cristal. Sólo al rato, cuando la situación se empieza a hacer insostenible es cuando se ve sustituida por la otra, en una sucesión psicótica que no acaba de encontrar acomodo posible.

Sábado, 29 de abril de 2000

¿Dónde estarás, Mariola, esta noche? ¿Cuál será el nuevo parque, el nuevo banco que acoja las despreocupadas risas de ella y sus amigos? Lo peor de todo no es no verla, no. Lo peor es la sensación angustiosa de no saber con certeza cuando será la próxima vez que lo haga. O siquiera si habrá próxima vez.

Domingo, 30 de abril de 2000

Horizontal, trece letras: acto interno de pérdida de esperanza

Lunes, 1 de mayo de 2000

Llevo dos días sin mirar ni tan sólo una vez más allá de las paredes de esta casa. Cualquiera que sea el próximo cambio, si es que lo hay, que devuelva al vacío escenario sus antiguas representaciones o que acabe privándome finalmente de toda cordura, habrá de suceder sin mí. Sin mis pies inmóviles al lado de la ventana, sin mis pupilas fijas en la arena que ya sólo ve al viento dibujar sus trazos, y sin que hasta el último resquicio de mi alma se desmorone un poco más por cada segundo que pasa contemplando el abismo que hasta hace poco eran no más de quince o veinte metros.

Martes, 2 de mayo de 2000

Vertical, cinco letras: estado de ánimo poseído de fuerte temor ante un peligro real o imaginario.

Jueves, 4 de mayo de 2000

Como el oso que hiberna en espera de la llegada de la primavera, toda mi vida se ha quedado en pausa. Todas las cosas que de una u otra manera van ganando los minutos del día a día están ahora arrinconadas, sin moverse del sitio que siempre han ocupado, pero cubiertas por un cristal invisible que las convierte en objetos de escaparate. Los libros que desde por la mañana debían ser retomados en la página donde se quedaron minutos antes de quedarme dormido, esas películas que de tanto pasarlas una y otra vez empezaban a deteriorarse, esos discos que me llevaban durante unos minutos a un paraíso sólo tangible en mi mente... todos han quedado indefinidamente fuera de mi alcance. Esperando el instante en que todo volviera a la normalidad, y así recobraran el sentido que tenían en los momentos en que los anexos a la realidad eran tan sólo una elección placentera.

Viernes, 5 de mayo de 2000

Vertical, siete letras: cosa inventada, fantasía.

Sábado, 6 de mayo de 2000

La desazón está empezando a poder conmigo. El estómago comienza poco a poco a perder sus funciones vitales, y pasan las horas sin que pruebe bocado alguno. Mientras, el corazón intenta suplir esta huelga corporal aumentando sensiblemente sus latidos, tanto en su frecuencia como en su intensidad, pero lo único que consigue es recordarme lo interminable que se hace este hiato, todo duda y desconocimiento.

Domingo, 7 de mayo de 2000

Horizontal, siete letras: alteración de la psique por una situación de incertidumbre.



El ruido no cesa ahí afuera. Aquí, la oscuridad que me rodea hace que la nada sea más nada. Tres semanas después, han aparecido fuerzas suficientes para poder retomar estas líneas. La ansiedad, el pánico y las alucinaciones parecen empezar a quedar atrás, pero el recuerdo de al menos tres días con sus noches sin moverme de la cama, sin comer, sin hacer nada más allá de consumirme, me hace aun sentirme débil.





La mente empieza a rebajar su estado de alteración, y los pensamientos van apareciendo lentamente, como caracoles que salen después de una intensa lluvia. Los motivos, los miedos, los temores, las consecuencias, y al fondo de todos, la manera de afrontarlo, que sigue sin aparecer clara, por mucho que mis sesos se devanen en una solución.


Domingo
El sueño se ha convertido en algo totalmente fuera de mi alcance. Rara vez consigo dormir cuando me dispongo a ello. Sin embargo, acabo cayendo en el momento más inesperado, en cualquier lugar de la casa. Pero nunca las horas deseadas, y mucho menos de manera grata o placentera. Las lágrimas en los ojos y la falta de respiración empiezan a ser compañeras habituales en el momento de despertarme.


Martes, junio
Hoy he estado a punto de abrir un libro. Me he acercado a la estantería, lo he cogido cuidadosamente y me he sentado con él en las manos. Pero al ir a abrir la primera página, no he podido hacerlo. Otra vez esa pregunta, que me acompaña ya en todo momento y me asalta en el instante previo a cualquiera de los pasos, por pequeños que sean, que intento dar: ¿Para qué?



Por mucho que lo desee, nada va a cambiar ahora. Por más horas que esté tirado en algún rincón, mordiéndome los labios de rabia o suplicando a la nada entre sollozos, no van a dar marcha atrás. Así que supongo que es momento de ir poniendo algunas cosas en su sitio, aunque solo sea por una cuestión de subsistencia. Apenas queda comida en la nevera o fuera de ella. Casi todo lo que hay se ha puesto malo, pero mi inactividad se extiende hasta el punto de no haber encendido el ordenador desde aquel día.


Viernes
Durante la mayor parte del día el ruido es constante. Da la impresión de que las obras se alargarán durante una buena temporada.



Podría haberlo hecho. Sí, de haberlo sabido, no me habría movido de allí ni un milímetro. Habría aprovechado hasta el último instante de él, aunque desnudo y abandonado, aún vivo. Pero me había prometido a mí mismo intentar seguir adelante a sus espaldas, de espaldas a un exterior vacío, hasta que algo me indicase que el sonido de la persiana al levantarse fuese seguido de un nuevo panorama, o al menos una explicación al robo al que mi vida estaba siendo sometida...


Mi ritmo está alterado por completo. Duermo durante el día, cuando soy capaz, y gasto la mayor parte de la noche sentado en el sillón del salón, cambiando de canal en el televisor, intentando no pensar, no existir...


julio
Hubo una temporada en la que mi madre estaba convencida de llevarme a algún especialista. Pero la idea se quedó ahí en el momento en que mi padre se enteró de sus intenciones. “El chico es así Inés. No le pasa nada, está sano. Es sólo que es diferente de los demás chicos de su edad”. Con esa seguridad con la que mi padre hablaba sobre todas las cosas, sin necesidad de exaltarse lo más mínimo, dio por concluida la conversación. No recuerdo nunca que mi madre se opusiese o contradijese alguna de sus sentencias, e ignoro lo que habría ocurrido de haber sido así.



El frigorífico vuelve a estar lleno. Más cuarenta días después, un pedido hecho a través del ordenador ha vuelto a llamar a la puerta. Pero cuando comes sin hambre, la satisfacción del apetito se ve sustituida por la amargura de la indiferencia.


Domingo
Nada volverá a ser como antes. De entre todos los detalles, recuerdos y lamentaciones que pueblan mi cabeza, eso es lo único que acaba apareciendo como real e inamovible. Desde aquella mañana, nada será otra vez como antes. Un ruido intenso y martilleante se instaló en mi cabeza, y segundos después de despertarme, comprendí. El momento había llegado, el nudo que apretaba mi garganta sería al fin desatado. Y entonces algo cegó mis ojos. Primero fue el sol, que buscando lo más alto de su trayectoria me deslumbró momentáneamente. Lo que vi después, más allá de un corte visual, aplastó de un golpe todos mis sentidos, todo mi cuerpo, toda mi razón. Dos excavadoras, amarillas y enormes, extendían sus bocas abiertas contra el parque (o lo que había sido hasta entonces) extendiendo un agujero en el suelo. Su forma rectangular era recorrida en toda su extensión por una valla metálica que marcaba los límites de la obra. Por fin, eso era. Estaba contemplando el nacimiento de un edificio, del edificio que iba a poner fin al lugar donde todos mis deseos, miedos, alegrías y tristezas habían tomado forma a lo largo de al menos los últimos diez años.



Las horas parecen durar el triple de lo que siempre duraron. Inacabables, una sucede a la anterior incapaz de encontrar nada que ocupe el hueco que me llena, y a sabiendas de que la siguiente tendrá su cometido igual de inaccesible.


Un vistazo al correo. La mayoría, mensajes publicitarios acumulados durante todo este tiempo, y entre ellos, algunas cartas del periódico preguntando por mi prolongada ausencia. Supongo que habrán insertado crucigramas ya publicados hace tiempo.


Viernes
El contraste se reduce al mínimo. El blanco desapareció de repente una mañana, y el negro más cada vez va perdiendo su fuerza para irse convirtiendo en un gris pesado que tiñe todo por igual. Un tono neutro, sin matiz, sin detalle, y que hace que sea lo mismo más que menos, aquí que allí, día que noche.



Lunes
El edificio está empezando a llegar a mi altura. Dentro de poco ya no podré ver siquiera los bloques de detrás. Los primeros días no podía mirar fuera. Sabía que estaba ahí, lo oía continuamente, pero verlo habría sido demasiado. Ahora ya no importa, lo vea o no, lo oiga o no. Puedo quedarme un rato mirando las estructuras rectilíneas de metal y hormigón, las grúas o los montones de ladrillos apilados, que en nada puede empeorar la situación previa a hacerlo.


No fue algo premeditado. Poco a poco se fue convirtiendo en mi cómplice, y al final llegó un momento en el que se convirtió en la única manera posible de seguir. Y aunque sabedor de mi diferencia, nunca la vi como un obstáculo, como una traba, como algo de lo que preocuparse. Salvo ahora. Ahora que no tengo nada más que mi soledad, ahora no me vale.



Qué fácil era soñar esas veces. Contigo ahí abajo sentada. Yo te miraba por última vez, te mandaba un beso de buenas noches, y tenía lo suficiente para caer con una sonrisa en la boca, complacido, como si bajo las sábanas dieras el último suspiro del día tumbada junto a mí. Ahora prefiero no recordar que existes, porque entonces duele tanto que hacen falta unas cuantas vueltas más de las habituales en la cama para poder dormirme.


Martes, agosto
Poner fin a esta situación. Una idea que se antoja imposible, pero que a la vez se convierte en la única posible. No puedo con esto, no tengo fuerzas para seguir así. Pero no sé cómo salir, y la única alternativa que se me ocurre, en algún momento que roza ya en la locura, es mejor no nombrarla.


¿Qué diría mamá? Ella siempre odió (más bien diría que tenía un horrible miedo) a todo aquello que fuera diferente o raro. Decía que algo así tenía por fuerza que ser malo. Y sin embargo, siempre me cuido como al perrillo desvalido que se ha roto una pata y no tiene dueño que se ocupe de él. Supongo que para ella yo era una excepción. Y su hijo, también.


La gente y yo. El agua y ella. Belén. Durante unos buenos meses creí estar locamente enamorado de ella. Era diferente de las demás chicas. No físicamente, no era excesivamente guapa ni había en ella nada que resaltara sobre lo demás. Tampoco en su personalidad destacaba nada que no se pudiera hallar en cualquier otra persona de dieciséis años. Era algo más peculiar lo que la hacía brillar con una luz distinta para mí. Tenía alergia al agua. La gente tiene alergia al polen, al polvo, a cosas que aparecen sólo en momentos determinados, y hasta cierto punto, evitables. Pero ella tenía alergia al agua. A menudo aparecía en clase con heridas en la cara, en las manos y supongo que en el resto del cuerpo, ya que la reacción que el agua le provocaba no evitaba como es lógico que, aunque fuese en contadas ocasiones, necesitase su uso. Ella y el agua. Yo y la gente.



Miércoles
El verano está a punto de concluir. La obra también. Yo por mi parte me siento acabado desde hace mucho tiempo. No sólo desde que terminaron con el parque, sino mucho antes.



Sería muy fácil acabar con esto. Vestirme, salir de casa, bajar las escaleras hasta el portal y abrir la puerta de la calle. Y ya está. Una nueva vida. Toda la ciudad, todo el mundo para ir donde quisiera, gente para hablar con quien quisiera, hacer lo que desease. Una vida, sí. No hay día en el que no deje de pensar en ello. Debe ser muy fácil, cientos de personas lo hacían delante de mis narices a diario sin ningún problema.


Septiembre
Un mes más. Una nómina ingresada en mi cuenta más, como si nada hubiera cambiado. Como si yo fuera el único que es capaz de darse cuenta de lo que está sucediendo. Pero el dinero no tiene sentido ya. Y probablemente estas líneas tampoco...




El ruido ha terminado. Ya no quedan andamios, ni grúas, ni obreros. El ciclo se ha completado. Un enorme edificio de oficinas se alza a escasos diez metros, sin dejar posibilidad a que ningún rastro de vida llegue hasta mí. Ni una acera, ni un parking. Hasta las ventanas, negras como la noche, sólo muestran mi propia imagen reflejada, sin dejar de recordarme que todo seguirá sin que yo pueda verlo. Dejándome de lado, dándome la espalda tras la que una vez decidí esconderme.



Domingo
Intento pensar en la manera menos dolorosa. No sólo para mí, sino también para aquellos que aún puedan avergonzarse de ello. Pero no puede haber fallos, tiene que ser algo rápido y seguro. Y fácil. No puedo dejar que la flaqueza me eche atrás en el último momento.


Oír tu voz una vez más. Quizá eso pudiera darme ánimos para intentar seguir. Hasta la memoria empieza a fallar, y hay veces que necesito hacer un esfuerzo para recordar tu cara...




Las paredes de esta casa están cada vez más cerca unas de otras. El espacio es más y más reducido. Puedo notarlo en todo momento, no hace falta que lo vea, lo siento aún con los ojos cerrados. El aire parece escasear, y todos mis movimientos están día a día más limitados.




Lunes, últimos días del siglo XXMañana será el día. Está decidido, no hay vuelta atrás, no hay arrepentimiento posible. A las nueve de la mañana sonará el despertador. Con decisión y sin vacilar me levantaré. Una buena ducha y un desayuno abundante, como hace mucho que no hago. Después, la cuchilla de afeitar despejará mi cara de esta maraña de pelos, y mi piel lucirá suave como la de un niño. Una vez listo me pondré mi mejor traje y me miraré en el espejo deseando tener el mejor aspecto posible. Cogeré aire, hasta que mis pulmones se llenen con la valentía necesaria. Quizá no sólo una vez, puede que necesite dos o tres veces. Y entonces, sin pensarlo más, lo haré. Todo se habrá acabado. Los miedos, la frustración, el dolor, todo. Tan sólo estas páginas, aquí amontonadas en la mesa de mi cuarto, permanecerán como el recuerdo de un pasado que se queda, exhausto, en esta misma línea, y que a partir de mañana quedará en el más silencioso de los olvidos.