sábado, 11 de octubre de 2008

Vertical, siete letras: abertura en la pared (y IV)


Domingo, 16 de abril de 2000

El paté estaba en mal estado, y he estado a punto de comérmelo. Tengo que estar más atento con las cosas, últimamente parece como si no pudiera concentrarme en lo que hago.

Lunes, 17 de abril de 2000

Vertical, ocho letras: descuido o equivocación involuntaria.

Martes, 18 de abril de 2000

Una mañana más de espera, de nuevo en vano. Mis ojos han estado volando de un extremo al otro del parque durante horas en busca de una señal, de ese dichoso camión que devolverá otra vez la vida que siempre existió aquí. Pero parece que hay alguien que se ha olvidado de nosotros. De los niños y sus juegos, de los ancianos en su descanso, de mí. Y aunque sé que esto no acelerará el proceso lo más mínimo, me siento en la obligación moral de seguir guardando la espera, como el vigilante en la torre que entre gritos de júbilo anunciará al resto de la tripulación que la tierra ha sido avistada.

Jueves, 20 de abril de 2000

Después de comer, sentado en la taza del water, me he fijado en algo en lo que no suelo fijarme en esos momentos, pero que está generalmente muy a la vista. Los pies. Esos dos seres blancos y deformes que rematan el final de cada pierna. ¿Por qué son tan feos? ¿No sería más sencillo y funcional desplazarnos sobre ruedas? Al menos, para el suelo liso y uniforme de un piso sería lo más apropiado.

Viernes, 21 de abril de 2000

Aún estoy intentando aceptar lo que he visto esta mañana. A eso de las diez y media, mientras estaba como de costumbre últimamente con la vista clavada en el parque, el camión que llevaba semanas esperando por fin ha aparecido. Solo que no era un camión, sino una furgoneta. Y los trabajadores que han bajado de ella no traían nada que restaurara mi casi perdida sonrisa. Al contrario, y ante mis ojos incrédulos y algo mojados por las lágrimas, los casi veinte bancos y varias papeleras que llevaban lustros cumpliendo silenciosamente su labor han sido cortésmente invitados a seguir el mismo camino que ya emprendieran los columpios días atrás. No sé que está pasando, mi mente no puede pensar con claridad. Los pensamientos se agolpan en mi cabeza como los mosquitos que chocan contra la ventana buscando la luz del interior. Sólo sé que el parque está prácticamente desierto, y que el miedo y la desesperación tienen a mi estómago cogido uno de cada lado mientras tiran con fuerza intentando despedazarlo.

Sábado, 22 de abril de 2000

No he pegado ojo en toda la noche. No es que siquiera lo haya intentado, no habría sido capaz. En vez de eso, lo único que he podido hacer ha sido contemplar la imagen del parque, abatido e indefenso bajo las luces naranjas de las farolas, y recordar. Ha tenido que ser el pasado el protagonista de las horas muertas en la madrugada, porque cualquier intento de encontrar un porqué venía instantáneamente seguido de un temblor frío que me sacudía de arriba abajo.

Domingo, 23 de abril de 2000

No puedo, soy incapaz de entenderlo. Mientras el sol brilla en lo alto con más fuerza de la que es necesaria a estas alturas del año, lo que debería ser un tumulto de vida ahí abajo no es más que un silencio salpicado por algunos inocentes cánticos de los muchos pájaros que aún ignoran los cambios producidos varios metros más abajo desde hace casi un mes. ¿Es que nadie más que yo echa de menos los paseos, las charlas, los juegos o simplemente los ratos al sol leyendo el periódico en el banco? ¿Acaso ninguno recuerda ya todas las pizcas de vida que de una u otra manera han venido a parar cinco pisos debajo de mí?

Lunes, 24 de abril de 2000

Vertical, nueve letras: dejar desamparada una persona o una cosa.

Miércoles, 26 de abril de 2000

Vagando todo el día de un lado para otro de la casa. Moviendo un pie tras otro con la decisión que mueve a los que ansían por llegar a su destino, pero sin tal destino. Como el niño que se ha perdido de sus padres en la gran feria, y corre a buscarlos sin saber siquiera que dirección tomar.

Jueves, 27 de abril de 2000

Siempre empieza igual. Sin saber cómo, me encuentro andando por el parque. El viento me pega en la cara, lo que me hace sentir más libre aún. Entonces empiezo a meterme por alguna calle, con paso ligero, poniendo un pie detrás del otro con un brío casi militar. Pero al poco rato me doy cuenta de que estoy perdido. No reconozco la calle. No sé hacia donde tirar. Empiezo a ponerme nervioso. Y lo que antes era una calle prácticamente desierta empieza a poblarse de gente caminando a mi lado. Alguno me mira, se están dando cuenta de mi nerviosismo. No sé muy bien que hacer, las piernas comienzan a temblarme, y por momentos se me hace imposible seguir andando. Noto como las cabezas se giran hacia mí, oigo algunas risas. Algunas veces (las peores) estás tú también entre ellos, Mariola. Y yo me quedo definitivamente parado, inmóvil en medio de la calle, sin saber si llorar, gritar o salir corriendo. Y entonces, en el peor momento, es siempre cuando me despierto. A punto de explotar, temblando. Recuerdo que ya soñaba con esto cuando iba al colegio, y nunca ha dejado de acompañarme. Más tarde o más temprano volvía a aparecer. Ahora, sin embargo, no puedo evitar que se repita noche tras noche.

Viernes, 28 de abril de 2000

Atraído y repelido por los dos polos opuestos de un imán, las horas van pasando bien mirando por la ventana, con la esperanza de ver pasar a alguien por el parque (aunque la ilusión es efímera, ya que las pocas personas que he visto en estos días no han tardado más de medio minuto en desaparecer de mi vista), bien encerrado en mi cuarto y exento de luz solar, con la persiana bajada, y prefiriendo ignorar el turbador panorama que se me aparece una y otra vez tras el cristal. Sólo al rato, cuando la situación se empieza a hacer insostenible es cuando se ve sustituida por la otra, en una sucesión psicótica que no acaba de encontrar acomodo posible.

Sábado, 29 de abril de 2000

¿Dónde estarás, Mariola, esta noche? ¿Cuál será el nuevo parque, el nuevo banco que acoja las despreocupadas risas de ella y sus amigos? Lo peor de todo no es no verla, no. Lo peor es la sensación angustiosa de no saber con certeza cuando será la próxima vez que lo haga. O siquiera si habrá próxima vez.

Domingo, 30 de abril de 2000

Horizontal, trece letras: acto interno de pérdida de esperanza

Lunes, 1 de mayo de 2000

Llevo dos días sin mirar ni tan sólo una vez más allá de las paredes de esta casa. Cualquiera que sea el próximo cambio, si es que lo hay, que devuelva al vacío escenario sus antiguas representaciones o que acabe privándome finalmente de toda cordura, habrá de suceder sin mí. Sin mis pies inmóviles al lado de la ventana, sin mis pupilas fijas en la arena que ya sólo ve al viento dibujar sus trazos, y sin que hasta el último resquicio de mi alma se desmorone un poco más por cada segundo que pasa contemplando el abismo que hasta hace poco eran no más de quince o veinte metros.

Martes, 2 de mayo de 2000

Vertical, cinco letras: estado de ánimo poseído de fuerte temor ante un peligro real o imaginario.

Jueves, 4 de mayo de 2000

Como el oso que hiberna en espera de la llegada de la primavera, toda mi vida se ha quedado en pausa. Todas las cosas que de una u otra manera van ganando los minutos del día a día están ahora arrinconadas, sin moverse del sitio que siempre han ocupado, pero cubiertas por un cristal invisible que las convierte en objetos de escaparate. Los libros que desde por la mañana debían ser retomados en la página donde se quedaron minutos antes de quedarme dormido, esas películas que de tanto pasarlas una y otra vez empezaban a deteriorarse, esos discos que me llevaban durante unos minutos a un paraíso sólo tangible en mi mente... todos han quedado indefinidamente fuera de mi alcance. Esperando el instante en que todo volviera a la normalidad, y así recobraran el sentido que tenían en los momentos en que los anexos a la realidad eran tan sólo una elección placentera.

Viernes, 5 de mayo de 2000

Vertical, siete letras: cosa inventada, fantasía.

Sábado, 6 de mayo de 2000

La desazón está empezando a poder conmigo. El estómago comienza poco a poco a perder sus funciones vitales, y pasan las horas sin que pruebe bocado alguno. Mientras, el corazón intenta suplir esta huelga corporal aumentando sensiblemente sus latidos, tanto en su frecuencia como en su intensidad, pero lo único que consigue es recordarme lo interminable que se hace este hiato, todo duda y desconocimiento.

Domingo, 7 de mayo de 2000

Horizontal, siete letras: alteración de la psique por una situación de incertidumbre.



El ruido no cesa ahí afuera. Aquí, la oscuridad que me rodea hace que la nada sea más nada. Tres semanas después, han aparecido fuerzas suficientes para poder retomar estas líneas. La ansiedad, el pánico y las alucinaciones parecen empezar a quedar atrás, pero el recuerdo de al menos tres días con sus noches sin moverme de la cama, sin comer, sin hacer nada más allá de consumirme, me hace aun sentirme débil.





La mente empieza a rebajar su estado de alteración, y los pensamientos van apareciendo lentamente, como caracoles que salen después de una intensa lluvia. Los motivos, los miedos, los temores, las consecuencias, y al fondo de todos, la manera de afrontarlo, que sigue sin aparecer clara, por mucho que mis sesos se devanen en una solución.


Domingo
El sueño se ha convertido en algo totalmente fuera de mi alcance. Rara vez consigo dormir cuando me dispongo a ello. Sin embargo, acabo cayendo en el momento más inesperado, en cualquier lugar de la casa. Pero nunca las horas deseadas, y mucho menos de manera grata o placentera. Las lágrimas en los ojos y la falta de respiración empiezan a ser compañeras habituales en el momento de despertarme.


Martes, junio
Hoy he estado a punto de abrir un libro. Me he acercado a la estantería, lo he cogido cuidadosamente y me he sentado con él en las manos. Pero al ir a abrir la primera página, no he podido hacerlo. Otra vez esa pregunta, que me acompaña ya en todo momento y me asalta en el instante previo a cualquiera de los pasos, por pequeños que sean, que intento dar: ¿Para qué?



Por mucho que lo desee, nada va a cambiar ahora. Por más horas que esté tirado en algún rincón, mordiéndome los labios de rabia o suplicando a la nada entre sollozos, no van a dar marcha atrás. Así que supongo que es momento de ir poniendo algunas cosas en su sitio, aunque solo sea por una cuestión de subsistencia. Apenas queda comida en la nevera o fuera de ella. Casi todo lo que hay se ha puesto malo, pero mi inactividad se extiende hasta el punto de no haber encendido el ordenador desde aquel día.


Viernes
Durante la mayor parte del día el ruido es constante. Da la impresión de que las obras se alargarán durante una buena temporada.



Podría haberlo hecho. Sí, de haberlo sabido, no me habría movido de allí ni un milímetro. Habría aprovechado hasta el último instante de él, aunque desnudo y abandonado, aún vivo. Pero me había prometido a mí mismo intentar seguir adelante a sus espaldas, de espaldas a un exterior vacío, hasta que algo me indicase que el sonido de la persiana al levantarse fuese seguido de un nuevo panorama, o al menos una explicación al robo al que mi vida estaba siendo sometida...


Mi ritmo está alterado por completo. Duermo durante el día, cuando soy capaz, y gasto la mayor parte de la noche sentado en el sillón del salón, cambiando de canal en el televisor, intentando no pensar, no existir...


julio
Hubo una temporada en la que mi madre estaba convencida de llevarme a algún especialista. Pero la idea se quedó ahí en el momento en que mi padre se enteró de sus intenciones. “El chico es así Inés. No le pasa nada, está sano. Es sólo que es diferente de los demás chicos de su edad”. Con esa seguridad con la que mi padre hablaba sobre todas las cosas, sin necesidad de exaltarse lo más mínimo, dio por concluida la conversación. No recuerdo nunca que mi madre se opusiese o contradijese alguna de sus sentencias, e ignoro lo que habría ocurrido de haber sido así.



El frigorífico vuelve a estar lleno. Más cuarenta días después, un pedido hecho a través del ordenador ha vuelto a llamar a la puerta. Pero cuando comes sin hambre, la satisfacción del apetito se ve sustituida por la amargura de la indiferencia.


Domingo
Nada volverá a ser como antes. De entre todos los detalles, recuerdos y lamentaciones que pueblan mi cabeza, eso es lo único que acaba apareciendo como real e inamovible. Desde aquella mañana, nada será otra vez como antes. Un ruido intenso y martilleante se instaló en mi cabeza, y segundos después de despertarme, comprendí. El momento había llegado, el nudo que apretaba mi garganta sería al fin desatado. Y entonces algo cegó mis ojos. Primero fue el sol, que buscando lo más alto de su trayectoria me deslumbró momentáneamente. Lo que vi después, más allá de un corte visual, aplastó de un golpe todos mis sentidos, todo mi cuerpo, toda mi razón. Dos excavadoras, amarillas y enormes, extendían sus bocas abiertas contra el parque (o lo que había sido hasta entonces) extendiendo un agujero en el suelo. Su forma rectangular era recorrida en toda su extensión por una valla metálica que marcaba los límites de la obra. Por fin, eso era. Estaba contemplando el nacimiento de un edificio, del edificio que iba a poner fin al lugar donde todos mis deseos, miedos, alegrías y tristezas habían tomado forma a lo largo de al menos los últimos diez años.



Las horas parecen durar el triple de lo que siempre duraron. Inacabables, una sucede a la anterior incapaz de encontrar nada que ocupe el hueco que me llena, y a sabiendas de que la siguiente tendrá su cometido igual de inaccesible.


Un vistazo al correo. La mayoría, mensajes publicitarios acumulados durante todo este tiempo, y entre ellos, algunas cartas del periódico preguntando por mi prolongada ausencia. Supongo que habrán insertado crucigramas ya publicados hace tiempo.


Viernes
El contraste se reduce al mínimo. El blanco desapareció de repente una mañana, y el negro más cada vez va perdiendo su fuerza para irse convirtiendo en un gris pesado que tiñe todo por igual. Un tono neutro, sin matiz, sin detalle, y que hace que sea lo mismo más que menos, aquí que allí, día que noche.



Lunes
El edificio está empezando a llegar a mi altura. Dentro de poco ya no podré ver siquiera los bloques de detrás. Los primeros días no podía mirar fuera. Sabía que estaba ahí, lo oía continuamente, pero verlo habría sido demasiado. Ahora ya no importa, lo vea o no, lo oiga o no. Puedo quedarme un rato mirando las estructuras rectilíneas de metal y hormigón, las grúas o los montones de ladrillos apilados, que en nada puede empeorar la situación previa a hacerlo.


No fue algo premeditado. Poco a poco se fue convirtiendo en mi cómplice, y al final llegó un momento en el que se convirtió en la única manera posible de seguir. Y aunque sabedor de mi diferencia, nunca la vi como un obstáculo, como una traba, como algo de lo que preocuparse. Salvo ahora. Ahora que no tengo nada más que mi soledad, ahora no me vale.



Qué fácil era soñar esas veces. Contigo ahí abajo sentada. Yo te miraba por última vez, te mandaba un beso de buenas noches, y tenía lo suficiente para caer con una sonrisa en la boca, complacido, como si bajo las sábanas dieras el último suspiro del día tumbada junto a mí. Ahora prefiero no recordar que existes, porque entonces duele tanto que hacen falta unas cuantas vueltas más de las habituales en la cama para poder dormirme.


Martes, agosto
Poner fin a esta situación. Una idea que se antoja imposible, pero que a la vez se convierte en la única posible. No puedo con esto, no tengo fuerzas para seguir así. Pero no sé cómo salir, y la única alternativa que se me ocurre, en algún momento que roza ya en la locura, es mejor no nombrarla.


¿Qué diría mamá? Ella siempre odió (más bien diría que tenía un horrible miedo) a todo aquello que fuera diferente o raro. Decía que algo así tenía por fuerza que ser malo. Y sin embargo, siempre me cuido como al perrillo desvalido que se ha roto una pata y no tiene dueño que se ocupe de él. Supongo que para ella yo era una excepción. Y su hijo, también.


La gente y yo. El agua y ella. Belén. Durante unos buenos meses creí estar locamente enamorado de ella. Era diferente de las demás chicas. No físicamente, no era excesivamente guapa ni había en ella nada que resaltara sobre lo demás. Tampoco en su personalidad destacaba nada que no se pudiera hallar en cualquier otra persona de dieciséis años. Era algo más peculiar lo que la hacía brillar con una luz distinta para mí. Tenía alergia al agua. La gente tiene alergia al polen, al polvo, a cosas que aparecen sólo en momentos determinados, y hasta cierto punto, evitables. Pero ella tenía alergia al agua. A menudo aparecía en clase con heridas en la cara, en las manos y supongo que en el resto del cuerpo, ya que la reacción que el agua le provocaba no evitaba como es lógico que, aunque fuese en contadas ocasiones, necesitase su uso. Ella y el agua. Yo y la gente.



Miércoles
El verano está a punto de concluir. La obra también. Yo por mi parte me siento acabado desde hace mucho tiempo. No sólo desde que terminaron con el parque, sino mucho antes.



Sería muy fácil acabar con esto. Vestirme, salir de casa, bajar las escaleras hasta el portal y abrir la puerta de la calle. Y ya está. Una nueva vida. Toda la ciudad, todo el mundo para ir donde quisiera, gente para hablar con quien quisiera, hacer lo que desease. Una vida, sí. No hay día en el que no deje de pensar en ello. Debe ser muy fácil, cientos de personas lo hacían delante de mis narices a diario sin ningún problema.


Septiembre
Un mes más. Una nómina ingresada en mi cuenta más, como si nada hubiera cambiado. Como si yo fuera el único que es capaz de darse cuenta de lo que está sucediendo. Pero el dinero no tiene sentido ya. Y probablemente estas líneas tampoco...




El ruido ha terminado. Ya no quedan andamios, ni grúas, ni obreros. El ciclo se ha completado. Un enorme edificio de oficinas se alza a escasos diez metros, sin dejar posibilidad a que ningún rastro de vida llegue hasta mí. Ni una acera, ni un parking. Hasta las ventanas, negras como la noche, sólo muestran mi propia imagen reflejada, sin dejar de recordarme que todo seguirá sin que yo pueda verlo. Dejándome de lado, dándome la espalda tras la que una vez decidí esconderme.



Domingo
Intento pensar en la manera menos dolorosa. No sólo para mí, sino también para aquellos que aún puedan avergonzarse de ello. Pero no puede haber fallos, tiene que ser algo rápido y seguro. Y fácil. No puedo dejar que la flaqueza me eche atrás en el último momento.


Oír tu voz una vez más. Quizá eso pudiera darme ánimos para intentar seguir. Hasta la memoria empieza a fallar, y hay veces que necesito hacer un esfuerzo para recordar tu cara...




Las paredes de esta casa están cada vez más cerca unas de otras. El espacio es más y más reducido. Puedo notarlo en todo momento, no hace falta que lo vea, lo siento aún con los ojos cerrados. El aire parece escasear, y todos mis movimientos están día a día más limitados.




Lunes, últimos días del siglo XXMañana será el día. Está decidido, no hay vuelta atrás, no hay arrepentimiento posible. A las nueve de la mañana sonará el despertador. Con decisión y sin vacilar me levantaré. Una buena ducha y un desayuno abundante, como hace mucho que no hago. Después, la cuchilla de afeitar despejará mi cara de esta maraña de pelos, y mi piel lucirá suave como la de un niño. Una vez listo me pondré mi mejor traje y me miraré en el espejo deseando tener el mejor aspecto posible. Cogeré aire, hasta que mis pulmones se llenen con la valentía necesaria. Quizá no sólo una vez, puede que necesite dos o tres veces. Y entonces, sin pensarlo más, lo haré. Todo se habrá acabado. Los miedos, la frustración, el dolor, todo. Tan sólo estas páginas, aquí amontonadas en la mesa de mi cuarto, permanecerán como el recuerdo de un pasado que se queda, exhausto, en esta misma línea, y que a partir de mañana quedará en el más silencioso de los olvidos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Vertical, siete letras: abertura en la pared (III)


Martes, 22 de febrero de 2.000

Una de las cosas que más me gusta hacer para relajarme, incluso a veces hasta casi dormirme, es darme masajes en la cabeza de manera muy suave, como si me estuviera acariciando. No importa lo mal que me pueda sentir en ese momento, este método siempre acaba por hacerme olvidar cualquier cosa que tuviera en la mente.

Jueves, 24 de febrero de 2.000

He intentado entablar una conversación en un chat esta tarde. Era un chat sobre cine, y había alguien preguntando por una película de Woody Allen. Quería saber si “Manhattan” tenía un Oscar o si por el contrario era “Annie Hall” la que había obtenido la preciada estatuilla. Después de solventarle la duda, le he preguntado si prefiere el Allen de las comedias de pareja o si como a mí, le gusta más encontrarse con excentricidades tipo “Sombras y niebla”, “Balas sobre Broadway” o “Zelig”, debido al alejamiento que estas tienen de la temática clásica del neoyorquino. Pero en su respuesta, frustrante al máximo, me ha confesado que no era entendido en cine, que ni siquiera le gustaba Woody Allen, pero que necesitaba la respuesta para participar en un concurso de televisión. Esto es exactamente lo que espero encontrarme en esos malditos chats que pueblan la mayoría de los sitios de la red, gente que no tiene nada mejor que hacer, interesada en nada que no sea decir cuantas más chorradas por línea mejor, y que lo que más les motiva para conversar es un vulgar concurso televisivo.

Viernes, 25 de febrero de 2.000

Vertical, nueve letras: aversión, desprecio

Martes, 29 de febrero de 2.000

Tiene gracia este día. Sólo existe una vez cada cuatro años, pero nadie lo echa en falta cuando no aparece. Es como si tuviera una libertad especial, un don que le permite reírse de sus compañeros de calendario por tener que sucederse siempre los unos a los otros, en un orden inquebrantable, y tuviera una vida secreta y oculta los tres años de espera hasta el siguiente bisiesto.

Miércoles, 1 de marzo de 2.000

Como todos los días 1, a excepción de los festivos, claro, se produce el ingreso en mi cuenta de mi nómina mensual. Y mi conexión on line con el banco me confirma lo que ya sé, que gano más dinero del que necesito gastar. Esto puede parecer una frivolidad (o un motivo de envidia) para muchos, pero no significa nada para mí. Excepto que mi situación se prolongará indefinidamente.

Domingo, 5 de marzo de 2.000

Están guardados en el cajón de la mesita de mi cuarto, en un estuche de piel negro, esperando algún momento de debilidad. Sólo en esos casos, cuando la cordura cede paso avergonzada a la pasión, o a veces incluso simplemente a la curiosidad, mis ojos se revisten de cristales, y el mundo se acerca a mi antojo durante unos minutos.

Lunes, 6 de marzo de 2.000

Horizontal, cinco letras: fijar la vista observando.

Miércoles, 8 de marzo de 2.000

La estantería del mueble del salón se ha quedado pequeña. Ya hace tiempo que tengo en mi cuarto las películas que no suelo ver casi nunca, pero hoy han llegado ‘El conformista’ de Bertolucci y ‘Extraños en el paraíso’ de Jarmusch y no han encontrado el sitio que debían tener destinado. Ya liberé también la balda de abajo del mueble, donde solían lucirse las figuritas de cerámica de mamá, pero tampoco ha sido suficiente. Tendré que hacer una nueva reestructuración o quizá encargar una nueva estantería que podría poner en la pared de enfrente.

Jueves, 9 de marzo de 2.000

La tecnología está de mi lado, no hay duda. Alguna vez pienso en cómo sería si hubiese nacido tan sólo veinte años antes, incapaz de obtener casi todo lo que necesito con un leve movimiento de dedo.

Sábado, 11 de marzo de 2.000

Está en un banco, sentada junto a uno de sus amantes eventuales. Ella se deja tocar. Él acepta gustoso la invitación, hasta el punto de que alguna prenda está a punto de caer al suelo. Mi nerviosismo aumenta, y mi silueta abandona finalmente la protección de las cortinas. Los besos son sustituidos por una batalla de saliva entre dos lenguas, y las manos llegan a los lugares donde habían estado esperando llegar desde seguramente unas horas antes. Ante mis ojos, lo que parece la forma desnuda de un generoso pecho es atacada con saña por cinco dedos hambrientos. Mi excitación llega al máximo, y en un momento de auténtico éxtasis, mis labios dejan escapar un grito ahogado pero lo suficientemente alto como para ser oído en todo el parque: “Mariooolaa!”. Al instante, y como movida por un resorte, ella se levanta, y mientras se intenta cubrir con la camisa que tiene medio bajada, grita hacia mí: “Pervertido, ¡es un pervertido!... ¡policía, policía, hay un pervertido ahí arriba!!”. Mis manos se paralizan, todo mi cuerpo deja de responderme y se queda totalmente inerte, como si fuera una estatua. Noto como toda la sangre se me acumula en la cara, mientras no dejo de pensar: “La policía... no puede ser, ¿qué voy a hacer ahora?...” suena el timbre de la puerta, y mi corazón está a punto de estallar. Pero no abro, y el timbre sigue sonando hasta que empieza a convertirse en un ruido molesto... de repente, un salto me saca literalmente de la cama, y mientras gotas de sudor caen de mi frente me doy cuenta de que me he quedado dormido y no he dejado apuntada la cuenta de la luz en la puerta, y tengo al revisor llamando sin cesar y seguramente con un cabreo considerable. Aún así, me veo incapaz de levantarme a abrirle, bastante tengo con intentar recuperarme del susto. Que vuelva otro día.

Domingo, 12 de marzo de 2.000

Vertical, nueve letras: sueño angustioso

Lunes, 13 de marzo de 2.000

Cada sobre de 600 Mg contiene: ibuprofeno (DCI) (arginato), excipientes: aspartamo (E951), sacarosa, sodio bicarbonato y otros excipientes. Espidifen, lo mejor para el dolor de cabeza. Como el que me ha venido esta tarde, seguramente provocado por escuchar música a través de los auriculares a un volumen excesivo durante un tiempo prolongado. Cuando uno no suele ir a visitar al médico, hay que tener unos conceptos básicos de automedicación.

Jueves, 16 de marzo de 2.000

La primavera está aquí. Y si bien el almanaque lo niega rotundamente aferrándose a la pura matemática, son las mangas cortas, el aumento de gente en el parque, el brillo del sol en los coches aparcados y, porqué no decirlo, algún generoso escote los que certifican que este año la estación más querida y a la vez odiada (las alergias no perdonan) viene con adelanto. Ni que decir tiene que esto es para mí motivo de regocijo absoluto, y la cantidad de horas que voy a perder con el sol dándome en la cara es tal que me dan escalofríos sólo de pensarlo.

Viernes, 17 de marzo de 2.000

Hace ya años que compré el lavavajillas, mi madre siempre fregó a mano. Pero eso no ha acabado de evitar que la mayoría de las veces llegue a comer y me encuentre que no tengo un tenedor limpio, o un vaso, o una cuchara. Así que deduzco que el hecho de no fregar no depende del esfuerzo que supone o del tiempo que se pierde, sino simplemente de dedicarle unos segundos para acordarte de dar al botón que pone en marcha la máquina. Debe de ser que mi mente tiene cosas más importantes a las que prestar atención, porque la mayoría de los días no encuentro esos segundos.

Lunes, 20 de marzo de 2.000

Las cuatro de la noche es la hora elegida para bajar al buzón y encontrarme con cartas del banco, publicidad, o lo que hace cobrar verdadero sentido a estas bajadas clandestinas: alguna de las varias revistas a las que estoy suscrito o uno de esos maravillosos paquetes con discos, videos o libros que muchas veces no pueden esperar a la mañana siguiente para empezar a ser devorados. Es una hora ideal, puesto que la gente que llega tarde ya lo ha hecho hace rato, y los que madrugan en exceso aun tienen un rato más de sueño. Los fines de semana esto no se cumple como el resto de los días, pero entonces el riesgo es innecesario, ya que evidentemente los fines de semana no hay correspondencia.

Martes, 21 de marzo de 2.000

Horizontal, siete letras: que se hace a escondidas

Jueves, 23 de marzo de 2.000

Los días nublados tienen un encanto especial. No me refiero a esos días en los que el cielo está totalmente encapotado, sin dejar ni un resquicio al azul celeste, y que de noche se tiñe de un espantoso naranja debido a la incontable cantidad de luces que decoran esta ciudad. Los que a mí me gustan son los cielos salpicados de nubes, contables e identificables. Nubes que adquieren las formas más diversas, y que con la ayuda del viento van cobrando vida como si fueran una animación. Blancas haciendo compañía al sol radiante o negras anunciando la venida de la tormenta. Todas son buenas para hacer girar mi cuello en dirección al cielo.

Domingo, 26 de marzo de 2.000

Hace un rato estaba leyendo en una revista de fotografía como los colores existen sólo cuando miramos a las cosas. Lo cual me lleva a pensar que si tenemos los ojos cerrados todo a nuestro alrededor es de blanco y negro. Está todo ahí. Si quieres aprender algo nuevo, intentar acercarte a la verdadera realidad de las cosas, o simplemente satisfacer alguna curiosidad, basta con abrir las páginas adecuadas. Bueno, también están los documentales. Pero yo los uso más como un álbum de fotos. Por muy interesante que sea lo que están contando, siempre acaban siendo protagonistas las imágenes que lo acompañan.

Lunes, 27 de marzo de 2.000

No me gusta hacerlo pensando en ella. Hay veces que pasa, es inevitable, pero luego me siento sucio, como si ella no se mereciera eso. Como si su figura sólo pudiera invadir pensamientos más altos y honestos, y estuviera desprovista de deseo físico. Y sé que no es así, y que me estremezco cada vez que vuelvo a pensar en sus inocentes pero sin duda exuberantes formas. Así que normalmente prefiero elegir otra pareja. No es difícil, la cantidad de mujeres atractivas que viven o pasan por aquí parece inagotable.

Martes, 28 de marzo de 2.000

Vertical, cinco letras: tendencia de la voluntad a conseguir algo.

Jueves, 30 de marzo de 2.000

Esta mañana, mientras daba buena cuenta de un zumo de naranja y unos croissants (mi desayuno favorito), ha pasado algo que en un primer momento me ha parecido violento y cruel, pero que después mi lento raciocinio ha devuelto a la normalidad. Un camión del ayuntamiento ha entrado en el parque, tres obreros vestidos con mono se han bajado y sin vacilar han empezado a despertar a los columpios (a todos: el tobogán, el balancín, el pequeño laberinto...) de su último sueño matutino (entre semana libran por las mañanas, ya que los niños están en el colegio). Primero unas pequeñas zanjas alrededor de sus piernas de metal, y hora y media después el último esfuerzo que los ha separado definitivamente del suelo al que estaban unidos desde hacía más tiempo del que yo puedo recordar. Diez minutos más tarde se iban todos amontonados en el camión hacia no sé muy bien dónde. Una sensación de impotencia me ha sobrecogido de tal modo que he tenido ganas de reprender a los obreros por su inhumano comportamiento, pero según se alejaba el camión he empezado a comprender. Los nuevos columpios que en breve adornarán este parque serán sin duda capaces de obtener mayores piruetas y más amplias sonrisas de todos los chiquillos que pasan aquí algunos de los mejores momentos del día.

Sábado, 1 de abril de 2000

10 de la noche. Como era de imaginar, el abanico de posibilidades en la televisión es muy limitado. Al final, la elección ha sido un curioso reportaje acerca de las fiestas en un pueblo de la provincia de Badajoz. No recuerdo el nombre, y tampoco parecía ser algo muy excitante, pero al menos no me ha hecho cambiar a otra cosa durante la media hora que ha durado. Sin duda, no tener que compartir el mando a distancia es una de mis grandes ventajas sobre el mundo.

Domingo, 2 de abril de 2000

La tía Amalia fue siempre una extravagante. Sólo así se puede explicar el horrible reloj de pared que compró, y que sigue presidiendo el cuarto de estar. Está parado hace siglos, y no seré yo el que lo ponga en hora. Ni ella tampoco va a venir a hacerlo.

Martes, 4 de abril de 2000

El parque está huérfano de niños, pero esta situación ha traído consigo una sorpresa más que agradable esta tarde. Libres del ajetreo y de los juegos de los infantes y de las más que seguras inquisidoras miradas de sus padres y madres, Mariola y sus amigos han invadido un terreno usualmente hostil para ellos antes de la caída del sol. Y allí he estado yo con ellos, hasta casi la madrugada, cerveza tras cerveza, cigarro tras cigarro y risa tras risa. Con la luz apagada claro, ya que una silueta durante más de cuatro horas en la misma posición puede resultar extraña hasta para un grupo de jóvenes medio ebrios. Me gusta ver cómo ella suele convertirse en el centro de atracción del grupo, cómo todos los chicos están pendientes de cada una de sus palabras intentando dar la réplica adecuada que les haga ganar unos momentos de atención de sus preciosos ojos verdes. Me gusta ver cómo se maneja en discusiones interminables con cualquiera que osa contradecirla en la multitud de temas intrascendentes que se encabalgan unos con otros antes de ser calmados con un mínimo consenso. Me gusta...

Miércoles, 5 de abril de 2.000

Cada diez días aproximadamente, dependiendo de mis necesidades, abro la puerta que da a la calle. Es entonces cuando se produce un contacto, que nunca suele durar más de dos o tres minutos, y que después de tantos años ha dejado de ser tan traumático. Ya no me pongo nervioso, pero todavía necesito dejar la mente en blanco y no pensar más que en abrir la puerta, coger las bolsas y dar la propina hasta que el recadero del hipermercado desaparece de mi vista ignorando lo incómodo de su visita.

Jueves, 6 de abril de 2.000

Vertical, nueve letras: parcela de la persona o su de vida inviolable y reservada.

Sábado, 8 de abril de 2.000

Siempre disfruto viendo corretear a los niños que entran en el parque guiados por una única consigna: pasárselo bien, como sea y con quien sea. En su notoria ausencia, esta semana se ha visto incrementado el número de perros que, acompañados por sus dueños, buscaban entre los setos, piedras o a veces en el terreno más descubierto y hostil, un lugar donde poder hacer sus necesidades. Adoro a los perros. Esa naturaleza bondadosa en extremo, que les lleva a seguir a sus amos hasta el fin sin cuestionarse al menos uno de sus actos; esa predisposición continua a la caricia, sin juzgar nunca la sinceridad del que la regala. Más de una vez me ha asaltado la ingenua idea de tener uno conmigo...

Martes, 11 de abril de 2000

La comunicación con el exterior ha sido hoy imposible. Una incidencia en la red telefónica ha impedido que el módem de mi ordenador se conectara a Internet. Por más que el ratón se esforzaba una y otra vez en pulsar sobre la casilla de “Conectar”, el ruido de los tonos al marcar terminaba siempre con la misma frase, que a últimas horas de la tarde resultaba ya grotesca: “La conexión ha sido imposible. La línea está ocupada”. Esto ha impedido que, entre otras cosas, encargara los libros que tenía pensados desde hace unos días (nada importante, algunos títulos sueltos de Capote, Faulkner, Auster y alguno más) pero por otra parte me ha dejado más tiempo para poder cocinar tranquilamente. Últimamente, con el cambio en el parque y el buen tiempo he acabado comiendo lo primero que he pillado por ahí, pero al cabo de unos días viene bien algo de cocina casera bien preparada.

Miércoles, 12 de abril de 2000

Horizontal, once letras: privar del trato con la gente

Jueves, 13 de abril de 2000

Ya hace dos semanas desde que se llevaron los columpios, y la intensa impaciencia que me asalta cada mañana al despertarme para comprobar si los nuevos habitantes ocupan su lugar empieza a hacerse agobiante. La ilusión de los primeros días por poder observar la nueva fisonomía del parque empieza a ser sustituida por un pesar amargo, una sensación de vacío antes de asomarme provocados por el presentimiento de que un día más, como ha vuelto a ser hoy, el paisaje unos metros ahí abajo va a seguir mostrándose insultantemente incompleto.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Vertical, siete letras: abertura en la pared (II)


Domingo, 26 de diciembre de 1.999

La calvicie parece ser una metáfora de la vida, no te das cuenta de lo que te ha pasado hasta que lo ves ahí, plantado enfrente del espejo, y sin solución posible. Menos mal que nunca he tenido demasiados complejos, y luzco mi cabeza brillante con orgullo.

Lunes, 27 de diciembre de 1.999

Horizontal, nueve letras: sentimiento o turbación del que se siente humillado o culpable.

Martes, 28 de diciembre de 1.999

Fue poco después del accidente, mi tío Eugenio vino a casa y me dijo que no me preocupara de nada, que me conseguiría un trabajo. Él me conocía desde que nací, así que sabía de sobra el tipo de trabajo que yo era capaz de desempeñar. No fue difícil, el tío Eugenio es redactor jefe de uno de los periódicos nacionales de mayor tirada.

Jueves, 30 de diciembre de 1.999

En estos días es más difícil que de costumbre estar con la gente. Además de este frío que le quita a cualquiera las ganas de nada, parece que todo el mundo esté hibernando a la espera de la gran noche. Como si sus vidas fueran a cambiar de repente en ese momento y nada volviera a ser igual, y todos sus problemas se quedaran anclados en el año anterior. Debe ser por eso que al día siguiente es más difícil aún tener contacto con alguien. Estarán asimilando que el cambio de calendario no trae ninguna ventaja por sí mismo.

Sábado, 1 de enero de 2.000

¡¡Nieve!! Parecía increíble, pero el año nuevo sí ha traído algo bueno. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una sorpresa así al levantarme. He notado una humedad rara en el ambiente, me he asomado, y ahí estaba, blanca y virginal, sin que nadie la hubiera estropeado aún a las diez de la mañana, de no ser por algunas huellas en la acera que indicaban que alguien había acabado la noche hacía poco.

Viernes, 7 de enero de 2000

Los reyes magos, esos tres benditos ancianos montados en camello que nos alegran durante unos días hasta a los más infieles a estas fiestas, se han vuelto a portar bien conmigo. Y sí, la gente sigue hablando así de ellos, como si además de existir tuvieran poder de decisión para no concedernos nuestros deseos si juzgaran que no somos merecedores de más por nuestros deméritos de todo el año. Mi colección de coches y tramos de excalectric ha vuelto a aumentar este año, y ya llevo dos días perdiendo el tiempo como un tonto viendo a los coches dar vueltas sin parar por los múltiples recorridos que diseño uno tras otro. Y es entonces, cuando logras concentrarte únicamente en los coches, cuando tus ojos siguen fijamente todos sus movimientos evitando que la mente pueda distraerse con cualquier otra cosa, cuando todo parece encajar. Podría estar así todo el día, sin comer, sin beber... con los coches dando vueltas en el suelo de la habitación.

Sábado, 8 de enero de 2.000

Horizontal, ocho letras: dícese de la persona que aún no es adulta, que no ha llegado a su madurez.

Miércoles, 12 de enero de 2.000

He tenido que llamar al servicio técnico esta mañana, el vídeo ha dejado de funcionar misteriosamente. No es algo que me agrade en absoluto, pero supongo que puedo pasar por encima de ello.

Jueves, 13 de enero de 1999

El mundo de las seis cuerdas se puede resumir en un nombre y un apellido: John McLaughlin. Sé que puede parecer exagerado, y más teniendo en cuenta la larga lista de mitos que la guitarra ha ido dejando en herencia a lo largo de este siglo. Pero en ningún caso pueden ni deben comparase a este monstruo que ayudó a dar vida a discos legendarios como “Bitches brew” o “In a silent way” de Miles Davis, aparte de colaborar en múltiples obras de gente como Wayne Shorter, Stanley Clarke o incluso Paco de Lucía. Sin olvidar discos propios como el genial “My goals beyond” o su primer disco en solitario “Extrapolation”, de 1969, y que esta misma noche he sacado con entusiasmo del cajetín metálico del buzón.

Viernes, 14 de enero de 2.000

Otra vez ha habido tormenta de viento esta tarde. No me molesta especialmente, es sólo que cuando salgo tengo que limpiar todo lo que los árboles ya no quieren a estas alturas de año, y que inexorablemente viene a parar aquí. Supongo que podría arreglármelas con dos o tres hojas y algún presunto resto de rama por ahí, pero mi pulcritud hace que salten a mi vista como enemigos que deben ser exterminados al instante para ocupar tranquilamente mi puesto de nuevo durante un rato.

Sábado, 15 de enero de 2.000

Esta tarde hay un partido de fútbol de esos que llaman del año, o del siglo, así que las calles estarán desiertas, y todo el mundo vivirá durante dos horas pendientes de un balón. El fútbol es el ejemplo perfecto de lo que yo llamo alegría virtual. Si no puedes alegrarte por las cosas que tú has conseguido o te han pasado, alégrate por las que le pasan a tu equipo. O lo que es peor aún, si no tienes bastante con lo tuyo, espera a que a tu equipo le caiga una buena esta noche...

Domingo, 16 de enero de 2.000

Vertical, siete letras: que puede producir un efecto que no existe en la realidad.

Martes, 18 de enero de 1.999

Va a hacer nueve años la semana que viene. Era la boda de mis primos de Murcia, pero todo el mundo tenía claro que mis padres irían sin mí. Una llamada de teléfono a las tres de la noche, una frase entrecortada, un escalofrío, y un golpe seco contra el suelo. Me desmayé, no podía ser de otra manera. Aún hoy me basta con mirar durante más de tres segundos la foto que sigue en su mesilla de noche para que un ejército de lágrimas se agolpe esperando deslizarse por mis rosadas y carnosas mejillas, pero la mayoría de las veces consigo detenerlas. A mi edad, hay cosas que se suponen que uno ya no debe hacer.

Miércoles, 19 de enero de 2.000

Horizontal, nueve letras: espacio o tiempo entre dos cosas o sucesos
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Jueves, 20 de enero de 2.000

La última vez que la vi fue hace dos semanas, y parece que cuanto más tiempo pasa entre esos momentos en los que estamos lo más cerca posible uno del otro, más triste me pongo. Y tengo que reconocer que pierdo también más tiempo pensando en ella. Mirando a cualquier parte, con la mirada perdida, y pensando en ella. Pero merece la pena por sentir ese cosquilleo en el estómago que me deja totalmente indefenso, que hace que mis extremidades no parezcan mías, y que llena totalmente mis sentidos como la espuma de una cerveza rebosa por encima de la jarra.

Viernes, 21 de enero de 2.000

Horizontal, cuatro letras: sentimiento afectivo que busca el bien y desea poseerlo.

Lunes, 24 de enero de 2.000

Las nueve de la mañana de un lunes. Intento imaginarme la escena en estos momentos en un vagón de metro. Moviéndote bajo tierra, como si fueras un gusano de la ciudad, y con la única visión de dos muros a escasos palmos. Cientos de personas peleándose por unos centímetros cuadrados. Las miradas, a centímetros de distancia. El aliento en la nuca, el roce constante. Imposible esconderse. ¿Puede alguien pensar en una tortura diaria peor?

Viernes, 28 de enero de 2.000

Ya es viernes, y a estas horas (las 9 de la noche) montones de jóvenes salen en busca de su ración de diversión semanal. Suele pasar la misma gente, pero siempre hay algo nuevo que logra llamar mi atención.

Sábado, 29 de enero de 2.000

Horizontal, siete letras: pesar del bien ajeno

Domingo, 30 de enero de 2.000

La televisión los fines de semana es aún peor. Mientras comía hacía zapping intentando encontrar algo que no fuera deporte o alguna película de mujer-mata-al-marido-y-se-lía-con-el-perro-que-al-final-secuestra-a-su-hija. No ha sido posible, pero por lo menos me he reído un rato, porque el abogado de la peli era igual que mi profesor de latín de COU. El tío era un cachondo, siempre le sacaba gracia a todo. Quizá fue lo único bueno de lo poco que puedo recordar de mi último año en clase.

Martes, 1 de febrero de 2.000

Hoy ha llegado el último disco que pedí. Es una emoción especial cuando llegas al buzón y ves el sobre marrón a través de la ventanita que hay en la puerta, porque sabes que algo importante de tu vida te espera al romper el papel y sacar la golosina que probablemente (aunque pueda equivocarme, pocas veces pasa) llenará mi cabeza de horas y horas de felicidad. Esta vez se trata de una reedición remasterizada de un directo de Charlie Parker en el Hi-hat, incluyendo piezas maestras del bop y del jazz en general como ‘Ornithology’, ‘Cool blues’ o ‘Now´s the time’.

Viernes, 4 de febrero de 2.000

A menudo me pregunto cuánta gente reparará en los crucigramas del periódico. Siempre me han parecido como las patatas fritas. Están ahí, las disfrutas, y una vez que las has acabado no vuelves a pensar más en ello. Se podría incluso decir que son una pérdida de tiempo. Pero el hecho de que haya palabras de por medio, palabras que necesariamente tienen un significado, hace que pueda meter algo de mí mismo en ellos.

Sábado, 5 de febrero de 2.000

Horizontal, nueve letras: informar, dar a conocer algo a otros.

Domingo, 6 de febrero de 2.000

Las estadísticas dicen que el número de católicos practicantes ha bajado drásticamente en los últimos años, pero eso no evita que hoy, como todos los domingos a la una de la tarde se vea pasar por el parque a toda una comitiva de personas que regresan a casa después de misa. Recuerdo que la iglesia está detrás de los primeros edificios que se pueden ver a través de la maraña de árboles que domina el otro extremo del parque. Podrían venir de cualquier otro sitio, pero la mayoría de los rostros reflejan esa relajación que aparece cuando has cumplido con ese compromiso que no te apetecía nada, y ya por fin eres libre para poder hacer lo que más te plazca. Y sin duda eso es mucho mejor que ver a la gente los días de diario, cuando la mayoría camina en solitario, con paso ligero, y con cara de haber dejado más de un asunto pendiente por hacer.

Miércoles, 9 de febrero de 2.000

El miércoles es, desde hace años, el día elegido para solventar esas cuestiones higiénicas que no exigen un cuidado diario y continuado. Entre todo suele llevarme unas dos horas, que suelo intentar, sobre todo ahora en invierno, que sean de noche para poder aprovechar más las horas de luz.

Viernes, 11 de febrero de 2.000

Una de las mejores cosas de los días con sol es tener el parque lleno de pájaros, inundándolo todo de vida y movimiento. Ahí están, revoloteando de un árbol a otro, formando grupos de cuatro o cinco que se deshacen de inmediato para volver a juntarse en otra rama momentos después. Me gusta sobre todo cuando les tiro trocitos de pan al suelo, y al instante aparecen varios a recoger el banquete como si fuera maná llovido del cielo. Es una sensación extremadamente reconfortante, sentirte parte de todo lo que pasa a tu alrededor, y darte cuenta que sin tu intervención, lo que tienes ante tus ojos no estaría ocurriendo.

Sábado, 12 de febrero de 2.000

Vertical, ocho letras: hacer entrar en un grupo, incluir.

Martes, 15 de febrero de 2.000

La habitación de mis padres fue siempre una zona restringida para mí. No es que estuviera prohibido pasar, ni hubo nunca indicación alguna de que era algo que no debía hacer. Simplemente algo dentro me decía que ese no era mi sitio, que no había nada allí que pudiese guiar mis pasos hacia dentro de la habitación que, por otra parte, mis padres sólo usaban para dormir. Quizá era eso lo que le daba un cierto sentido de intimidad a esta estancia que me hacía sentir incómodo. Ahora aquí, sentado una mañana más trasteando con el nuevo circuito del excalectric, te das cuenta de cómo las cosas son solamente de la manera que uno las ve en ese momento, y que eso mismo tiempo después puede haber perdido todas las connotaciones que por un momento parecieron adheridas de manera perenne. Porque la sensación de estar entrando en una zona reservada cada vez que vengo aquí no es más que un recuerdo que como hoy me ha hecho ponerme triste de nuevo.

Viernes, 18 de febrero de 2.000

James Ellroy, nacido en Los Angeles en 1948 y autor de increíbles obras como “Réquiem por Brown”, “Jazz blanco” o “L.A.Confidential” es el único escritor actual de novela negra que se puede considerar digno sucesor de genios intocables como Dashiel Hammett o Raymond Chandler. Ni Patricia Cornwell, ni Frederick Forsyth, ni por supuesto Michael Crichton cuando lo intenta, le llegan a los tobillos con sus folletines baratos escritos directamente para el stand de los best sellers.

Domingo, 20 de febrero de 2.000

La quiero. Sí, si hay algo de lo que estoy seguro en este mundo es de eso, de que la quiero con todas mis fuerzas, y de que hasta el último músculo de mi cuerpo me abandonaría si algo se interpusiera entre nosotros.

domingo, 31 de agosto de 2008

Vertical, siete letras: abertura en la pared (I)

Lunes, 18 de octubre de 1.999

Empieza a hacer frío, los días son cada vez más cortos. Creo que es hora de que empiecen a poner la calefacción, no me gusta andar por casa con cuatro jerseys encima, me siento torpe, como si fuera un muñeco al que han hinchado demasiado.

Jueves, 21 de octubre de 1.999

Las cinco de la tarde. El parque está lleno de niños que acaban de terminar su ración diaria de educación colectiva. Las madres (y algunos padres) charlan tranquilamente en los bancos, creyendo así estar al tanto de cualquier peligro que pudiera ocurrir a sus pequeños. Estos, ajenos a la presencia de nadie más que ellos mismos, acaban por organizar un partido de fútbol con dos columpios como improvisadas porterías. Los equipos: niños contra niñas. Inmediatamente, los niños han empezado a abusar de su superioridad, dejando en evidencia a unas niñas que corrían detrás del balón sin acertar a tocarlo más de dos veces seguidas. Entonces, después de unos diez minutos, los muchachos han empezado a aburrirse de la situación y uno ha gritado: “El que meta gol gana”. En ese momento, el balón ha caído a los pies de una chiquilla llena de rizos rubios, más pequeña que los demás. Sin levantar la vista del suelo, y asustada por la presencia de la pelota bajo sus pies, ha soltado una patada que la ha elevado por encima de cuatro chicos y ha ido a alojarse directamente por el hueco del columpio que había estado intacto durante todo el partido. Mientras los chicos se miraban incrédulos, todas las niñas han saltado de alegría al mismo tiempo que la palabra “¡Gooool!” llegaba hasta los oídos de los mayores que han mirado sorprendidos la escena. Con una amplia sonrisa en la boca, he cerrado la ventana y he ido a prepararme un café.

Sábado, 23 de octubre de 1999

Menos mal, si no fuera por la colección de cintas que he ido acumulando durante estos años, no podría ver nada decente en televisión. Es casi una utopía pensar que vayan a poner algo como “El buscavidas” o “Perversidad”, y además el vídeo no parece quejarse por hacerlo trabajar hasta las 4 de la noche.

Martes, 26 de octubre de 1.999

Anoche soñé con el mar, y me gustaba. Estaba solo, toda la playa era para mí, y no se parecía nada a la última vez que recuerdo haber estado allí. Debió de ser con mis padres, hace 15 o 20 años. Pero aquello no tenía nada de la libertad o excitación que llenaban mi sueño, hasta tal punto que creo que he mojado la sábana.

Miércoles, 27 de octubre de 1.999

Vertical, cinco letras: que puede obrar por voluntad propia

Viernes, 29 de octubre de 1.999

Hoy ha vuelto a pasar, hacía días que no la veía, pero sólo con unos segundos es suficiente. A veces.

Sábado, 30 de octubre de 1.999

Me encanta la lluvia. Su sonido, su olor, hasta el color con el que lo impregna todo. Cuando llueve y me quedo ahí mirando tengo la sensación de que es algo artificial, creado solamente para mi disfrute, como si los demás no pudieran percibirlo de la misma manera. Es un placer sacar la cabeza, empaparte, y a la vez saber que nada malo te puede pasar. Como si te metieras de lleno en algo prohibido, pero con la seguridad de que una vez dentro, todo sigue igual.

Lunes, 1 de noviembre de 1.999

El suelo está lleno de hojas, pero los niños siguen jugando igual, ajenos a los cambios atmosféricos.

Jueves, 4 de noviembre de 1.999

Nunca he sido lo que se dice un chef en la cocina, pero con el paso del tiempo, y siguiendo los consejos de una vieja guía de cocina, uno acaba aprendiendo a hacer cosas un poco más elaboradas. Al menos eso es lo que parecía el pollo al curry que preparé anoche. Lástima que no tuviera invitados a cenar...

Viernes, 5 de noviembre de 1999

Muchas veces, mientras disfruto de las vistas que tiene esta casa (nunca he llegado a pensar en ella como ‘mi’ casa), me pregunto si no sería el destino el que llevó a mis padres a comprar este piso. Porque la verdad es que ellos vivieron siempre de espaldas al parque y nunca parecieron prestar mucha atención a su agitada vida, así que deduzco que la ubicación no fue un elemento determinante en la elección.

Sábado, 6 de noviembre de 1999

Horizontal, siete letras: providencia, suerte, fortuna

Lunes, 8 de noviembre de 1.999

Me hacía falta una sudadera, porque los jerseys que tengo son delicados, y siempre me ha fastidiado mucho que la ropa se estropee. Prefiero darla cuando ya no se usa, cuando ya no te gusta, pero no soporto tener que tirar algo porque se haya roto o estropeado. Es como la diferencia entre un adiós y un hasta luego, supongo. En fin, que la sudadera me queda bien. Aunque es más estrecha de lo que yo pensaba, está claro que es mi talla.

Lunes, 15 de noviembre de 1.999

Miles Davis grabó “Kind of blue” en los estudios Columbia, en Nueva York, los días 2 de marzo y 22 de abril de 1.959, con la ayuda de músicos tan prestigiosos y geniales como John Coltrane (saxo), Bill Evans (piano) o Paul Chambers (bajo). Y de nuevo, otra vez más, basta con que vibren las primeras notas del disco para que una atmósfera de perfección se apodere de toda la casa. El mundo, pues, parece cobrar sentido. Y también yo dentro de él.

Viernes, 19 de noviembre de 1.999

Por la mañana han llamado por teléfono. Me he llevado un buen susto, pero sólo se trataba de una encuesta que ha acabado transformándose en un intento de venderme unos cursos de inglés. Aún así, la chica tenía una voz muy agradable, y no me ha costado nada hablar con ella durante casi 10 minutos.

Lunes, 22 de noviembre de 1.999

Me he constipado. Cuando tienes esta enfermedad, es lo primero que descubres nada más despertarte por la mañana. Antes de abrir los ojos, ya sabes que está ahí. El dolor en la garganta que hace imposible tragar lo que aún no has comido, la nariz congestionada como si durante la noche alguien te hubiera puesto algo ahí que no estaba al acostarte... Son las señas inequívocas de que el día se va a hacer más cuesta arriba de lo que ya uno esperaba.

Miércoles, 24 de noviembre de 1.999

Se llamaba Elena. Sí, claro, Elena. ¿Cómo iba a olvidarme? Debíamos de tener unos doce años, cuando la curiosidad aviva la mente en busca de las respuestas a todo lo que no entendemos. Sólo que esta chica no tenía límite. Recuerdo días en los que me seguía a todas partes, en los recreos o después de clase, siempre unos pasos por detrás, preguntándome todo tipo de cosas. A mí no me molestaba especialmente. Era algo inofensivo, su tono nunca variaba, nunca se mostraba hostil o agresiva hacia mí. Sus preguntas, a base de ser repetidas cientos de veces, carecían ya de significado alguno. Pero ella no se daba por vencida, y un día u otro siempre volvía a acercarse. Me gustaba que dijese mi nombre. Siempre empezaba sus frases con “oye Tomás...”, lo cual hacía de alguna manera más audible todo lo que venía detrás.

Sábado, 27 de noviembre de 1.999

Es realmente increíble lo que puedes encontrar por internet. ¡¡Hoy he llegado a una página donde puedes comprar cadáveres por correo!! Y por supuesto, los tienes de todos los tipos y tamaños. Lo que no especifican es si admiten devolución en caso de que el producto sea defectuoso...

Miércoles, 1 de diciembre de 1.999

Esta mañana ha pasado algo curioso. Estaba sentado delante del ordenador, jugando con mi pie derecho. Más concretamente con la zapatilla que abrigaba mi pie derecho. Y de repente, entre los dedos he notado algo molesto, que rápidamente ha causado una brevísima sensación de desasosiego que no ha durado más de una fracción de segundo. Un hilo. Un simple hilo que colgaba deshilachado de la zapatilla. Inmediatamente, he dejado a medias lo que estaba haciendo y me he levantado en dirección a las tijeras más cercanas... ¡zas! Un corte seco y rápido ha acabado con la fuente de mi malestar en un momento. Y acto seguido, como haciendo resumen de la secuencia, me he dado cuenta de lo ridículo de mi reacción. ¿Qué molestias podía ocasionarme un inocente hilo que se había salido de su curso establecido cuando las zapatillas fueron fabricadas? Ninguno. Era una preocupación inútil. Y sin embargo, algo dentro de mí me hizo reaccionar como si se tratara de un asunto de vida o muerte. ¿Qué sería si finalmente todo el mundo tuviera esta decisión frente a las cosas serias, grandes, importantes, y no la emprendiéramos solamente con el hilo de la zapatilla?

Domingo, 5 de diciembre de 1.999

Acabo de ver ‘Titanic’, con todos sus once Oscars, y no me ha parecido gran cosa. A veces me gustaría poder disfrutar de las cosas como el resto de la gente. Sin peros, sin preguntas, aceptándolas tal y como son. Todo sería mucho más fácil.

Miércoles, 8 de diciembre de 1.999

Dos brazos. Dos piernas. Dos ojos. Una nariz. Una boca. Unos labios. Unos labios carnosos, que invitan al roce tanto como asustan por perfectos y sobresalientes. Un cuello, que deja de ser articulación entre el cuerpo y la cabeza para ser un fin en sí mismo. Dos senos. Senos grandes, pequeños, redondos, puntiagudos, firmes, caídos, pero siempre dos. Como las dos manos que esperan en sus cuencas el tacto suave de un premio nunca suficientemente merecido. Unas caderas, unas nalgas, unos muslos, unas ingles, y por fin, entre todos ellos, un sexo. Un epicentro (por mucho que la Real Academia siga intentando infravalorarlo al mantenerlo aún en el anonimato) de un viaje aún desconocido que calmara al fin esta sed de deseo.

Jueves, 9 de diciembre de 1999

Horizontal, seis letras: cinta o casette que aún no ha sido grabada por primera vez.

Viernes, 10 de diciembre de 1999

Estaba cesando de llover. Justo en esos momentos en los que el agua en forma de gotas ya no puede siquiera estropear el peinado más delicado, y en los que sin embargo los paraguas siguen luciéndose en todo su diámetro hasta que una mano sale de ellos para comprobar el final de su utilidad. Y entonces ha pasado esa niña. Sola, recién salida del colegio, y con más que probable dirección a casa. En mitad de su trayecto, como siguiendo un guión ya escrito, ha comprobado que no tenía nadie alrededor y ha girado sobre sí misma, balanceando a la vez el paraguas, y sin perder el rumbo que llevaba sobre la acera. Animada por su atractiva cabriola, unos metros más adelante ha apoyado el paraguas abierto en el suelo y lo ha hecho girar mientras ella lo rodeaba para seguir con su camino. Finalmente, y antes de desaparecer de mi vista, ha acabado su improvisado número juntando los dos talones en el aire de un salto. Y tras una inicial vergüenza al sentir que observaba algo en cierto sentido privado, la graciosa coreografía me ha hecho reír en voz alta como hacía tiempo que no sucedía.

Domingo, 12 de diciembre de 1.999

Me duelen los codos. Hoy he estado por lo menos cinco horas ahí apoyado. Como si no pasara el tiempo. Como si estuviera en otro sitio, en muchos sitios diferentes, con muchas personas diferentes.

Lunes, 13 de diciembre de 1.999

Vertical, nueve letras: dícese de la sustancia que puede sustituir a otras de calidad superior por tener propiedades parecidas.

Miércoles, 15 de diciembre de 1999

Una por la mañana y otra por la noche. Son los mejores momentos. Una te prepara y la otra te separa definitivamente de ese viaje diario que son los sueños. Y sí, hay mañanas en las que olvidar lo antes posible los rastros del subconsciente se convierte en la primera obligación del día. Así que a veces, y como si tuviera un mayor efecto limpiador, me quedo hasta media hora debajo de un chorro de agua bien caliente a presión. Cuando sales de allí, toda una vida renovada está esperando al otro lado de la puerta del baño.

Sábado, 18 de diciembre de 1.999

Hoy el parque está lleno de botellas de cristal rotas. Las mismas que anoche vi vaciar y tirar una por una. Por supuesto, ni por un momento pensé en llamarles la atención. A mí me bastaba con mirarla. María. Mariola, así la llaman.

Martes, 21 de diciembre de 1.999

La Navidad está aquí. Todos los años igual, me pilla de sorpresa, como si cuando me diera la vuelta estuviera allí, mirándome cara a cara, y riéndose de mí. Aún así siempre consigo que no sea algo tan horrible. De hecho, y aunque mi espíritu navideño esté cada vez más bajo, sigo conservando esas tradiciones: me como las doce uvas, gasto una pasta en regalos, y hasta alguna vez me sorprendo a mí mismo cantando villancicos...

Miércoles, 22 de diciembre de 1.999

No me gusta que a las seis de la tarde ya sea de noche. Eso implica que, aún siendo fin de semana, a estas horas no queda casi nadie en la calle. Y mis días son por ello también más cortos; aunque no tienen menos horas, sí parece que les falta algo.

Jueves, 23 de diciembre de 1.999

Vertical, ocho letras: estación más fría del año.

Viernes, 24 de diciembre de 1.999

Recuerdo siempre a mi madre, esta noche, cogiéndome con fuerza a su lado, como si me protegiera de las posibles miradas o comentarios de cualquier miembro de la familia que se sentaban en torno a la mesa de la abuela, intentando demostrar cuál de ellos era el más gracioso, el más ocurrente, el más importante. Y mientras tanto, yo sólo deseaba que la cena llegara a su fin lo antes posible.

martes, 8 de julio de 2008

Tres camisas para el viaje


No hay un modo lógico de explicar cómo la vida de un hombre de avanzada edad se transforma de un día para otro. Pero desde aquí, sentado en los escalones del patio trasero, mientras miro las estrellas y pienso en Caroline y en sus preciosos chiquillos, puedo asegurar que todo cambió por completo para mí, David Cheaney, el que fuera por más de treinta años contable de Lockson & Co. en el cruce de Walbrook con Cannon, aquella noche fría de noviembre en la que tuve que coger un tren rumbo a Exeter para visitar una filial de la empresa, hace ya cinco lejanos años.

Era la primera vez que viajaba a Exeter. Recuerdo perfectamente las horas previas al viaje. Sólo iba a permanecer allí un día, pero quería estar seguro de que no me faltara de nada. Salí antes de la oficina para tener tiempo de sobra para preparar el equipaje y en cuanto abrí la puerta de mi pequeño apartamento en la calle Lavington ya tenía en mente todo lo que iba a meter dentro de la maleta. Fui directamente a la cocina y puse a calentar agua para el té. Consciente de que el pitido me avisaría cuando el agua estuviera en su punto, me dirigí a mi habitación, abrí la puerta del armario y comencé a sacar todo lo que llevaría conmigo. Tres camisas blancas planchadas el día anterior. Los dos trajes hechos a medida que guardaba siempre para las ocasiones especiales. Los gemelos que aun relucían a pesar de que mi madre me los regaló el día de mi graduación. También tres juegos de mudas. Y el sombrero galés de fieltro en lo alto de mi cabeza, como correspondía a un respetable hombre de mi posición. No había nada en el mundo capaz de convencerme de que bastaba con mucho menos para sobrevivir tan sólo una jornada fuera de casa.

Llegué a la estación una hora antes de la salida de mi tren. Tranquilamente, me senté en uno de los muchos bancos de madera que quedaban libres en una sala de espera en la que apenas éramos diez personas. La noche estaba bien entrada y mientras observaba el vaho que salía de mi boca empecé a hacer repaso mental de todo lo que llevaba. Sabía que tenía ropa de sobra para cubrir cualquier eventualidad que pudiera suceder y eso me hacía sentir más cómodo.

Después de hojear durante un rato la edición matinal del Times que alguien había dejado olvidada en el banco alcé la mirada en busca del reloj de la estación. Allí, solemne y redondo, coronando una de las columnas instaladas en la pared que daba paso al andén, se complacía en señalarme que aún quedaban quince minutos para la salida del tren. Doblé el periódico y volví a dejarlo en la misma posición en la que lo había encontrado, unos cincuenta centímetros a mi derecha en el banco. Y justo cuando empezaba el movimiento para levantarme surgió una voz de la nada, por encima de mi cabeza.
- Disculpe, ¿sabe usted a qué hora llega el tren de Sheffield? – una señora de mediana edad y elegantemente vestida se había acercado hasta el banco sin darme cuenta de su presencia.
- Lo lamento. No puedo ayudarla con eso. Me temo que no he mirado el tablón de horarios – le contestaba mientras acababa de ponerme de pie.
- Mi sobrina llega en ese tren. Es la primera vez que viene a Londres, ¿sabe? – clavaba sus ojos en mí mientras sujetaba un gran bolso con ambas manos.

Y así, mientras yo intentaba buscar las palabras para librarme de ella, me contaba como la mencionada sobrina venía a pasar unos días en su compañía, huyendo del pernicioso ambiente en el que se había convertido su hogar, con una madre depresiva y un padre alcohólico que no dejaban de discutir y pelearse. Sin saber muy bien qué responder asentía con la cabeza a todos sus comentarios y de vez en cuando acertaba a soltar algún forzado: 'sí', 'claro' o 'entiendo'. Hasta que un silbido metálico procedente del exterior me hizo dar un respingo. Mi tren estaba ya situado en la vía y aquél era el primer aviso para que los pasajeros rezagados se dirigieran al andén. Mi mano apretó con fuerza la maleta que no había soltado durante todo el tiempo e interrumpí a la señora en mitad de una de sus interminables frases.
- Lo siento, mi tren está a punto de salir. Debo ir a ocupar mi lugar.

La mayoría de los pasajeros habían comenzado ya a subir al tren, así que aceleré el paso en busca de mi vagón, donde una fila de gente esperaba para subir las escalerillas. ¿Por qué no había parado antes a la insistente señora del vestíbulo? Noté el calor aparecer en mis mejillas y una súbita celeridad en mi respiración. Saqué el billete del bolsillo interior de mi abrigo y me situé al final de la cola, contemplando las pequeñas columnas de vaho que se elevaban por encima de las cabezas. La atmósfera gélida le daba al verde metálico oxidado del tren un tono mucho más frío del que ya tenía.

La gente entraba despacio en el vagón, de uno en uno, con una lenta dificultad hecha de maletas enormes, bultos y enseres de todo tipo, y para cuando llegó mi turno la mano izquierda se me había empezado a entumecer del frío por todo el rato que llevaba con el billete fuera del abrigo. Extendí el brazo en dirección al revisor con un gesto cordial pero éste, sin inmutarse, cogió el pequeño billete verde desvaído, lo rasgó por la mitad y lo volvió a poner en la mano de la que procedía.

El tren era antiguo, pequeño, y el pasillo tan estrecho que no permitía el paso de dos personas a la vez. La única iluminación con la que contaba eran unas pequeñas bombillas incrustadas en el techo, aunque la mitad de ellas estaban apagadas, seguramente fundidas, haciendo que fuera más difícil aún acostumbrar el ojo a la oscuridad del interior. Las maderas del suelo se quejaban de dolor bajo mis pies, y en un acto reflejo tiré de la maleta hacia arriba para llevarla en vilo y evitar así un mayor sufrimiento del maltrecho pasillo. Debo aclarar que no era un gran amante de los viajes. No solía salir a menudo de la ciudad y de hacerlo siempre prefería un coche particular, a ser posible en compañía de confianza. De repente un tirón en el brazo me frenó en seco. Al levantar la maleta, ésta había atrapado su asa con el tirador de una puerta dejándome con una pierna en el aire, en un inesperado baile por mantener el equilibrio, mientras varios pasajeros esperaban detrás de mí. Totalmente avergonzado me recompuse y sin despegar los ojos del suelo retrocedí para liberar la maleta de su inesperado secuestro, imaginando que mi torpeza habría atraído todas las miradas. Entonces me di cuenta. La puerta con la que mi maleta había formado pareja era la puerta de los aseos de caballeros. Toda mi vergüenza se convirtió en rabia. Con su inoportuna aparición y su impertinente discurso, aquella mujer había logrado que me olvidara de entrar en los aseos de la estación antes de subir al vagón. Si viajar en tren era ya de por sí una faena ingrata, la idea de tener que usar unos servicios con toda seguridad mugrientos e incómodos estaba a la altura de la más cruel de las torturas.

El compartimento resultó estar al final del pasillo, justo el último de todo el vagón. Con la mano que tenía libre accioné el pomo de la puerta pero, a pesar de que éste giraba, continuaba cerrada. Lo intenté una segunda vez, con más fuerza, pero con el mismo resultado. ¿Cómo era posible? Apenas había subido al tren y los contratiempos empezaban a amontonarse como las facturas en la mesa a primera hora de la mañana. Dejé la maleta en el suelo para servirme de ambas manos y volví a probar. Mientras mantenía el pomo girado apoyaba mi cuerpo contra la puerta con todas mis fuerzas, pero no quería abrirse. Y cuando ya pensaba que tendría que solicitar la ayuda del revisor, se abrió por sí sola.

Eso es lo que creí en un primer instante, porque al bajar la mirada unos centímetros descubrí los ojos fulgurantes de un muchacho mirándome fijamente.
- Está rota, no se abre bien. Hay que dar un poco así con el pie en la parte de abajo – el brillo de sus ojos y una pícara sonrisa delataban que el chico disfrutaba de aquel pequeño trastorno. El desaliño en su pelo y los churretes de sus mejillas mostraban, sin embargo, que la vergüenza no era lo único de lo que el muchacho parecía carecer.
- Muy bien, campeón. Ahora, ¿me dejas pasar? – El chico seguía plantado en mitad del paso, brazos en jarra, como si el conocimiento de este truco le hiciera dueño y señor de la puerta.
La sonrisa desapareció de su cara. A regañadientes se dio media vuelta, decepcionado, y entró en el compartimento. La estancia olía a una mezcla entre ajo y barniz para madera y dos tablones torpemente tapizados hacían de asientos, uno frente al otro. Sobre ellos colgaban dos pequeñas lámparas de metal en forma de arabescos. Una fina capa de polvo reducía la intensidad de las bombillas.

- Buenas noches. Tenga usted la bondad de disculpar a Brian. Los viajes le ponen demasiado nervioso y no hay manera de hacer que se esté quieto – Una joven, a mi juicio demasiado para ser la madre del chico, estaba sentada en el banco situado a mi derecha.
- No se preocupe, no hay nada que disculpar – trataba de ser educado mientras me ponía de puntillas para subir la maleta a la red que servía de maletero encima del banco de enfrente.
Nada más verla aquella chica produjo en mí una mezcla de compasión y de rechazo. Su pelo era una maraña apenas domada en un recogido torpe y simplón, y el color de éste hacía juego con el de una camisa desvaída que en algún tiempo había sido negra. A su lado, una niña algo más pequeña que el muchacho se sentaba apoyada contra el brazo de su madre. Un gorro de lana cubría buena parte de su cara angelical y un oso de peluche al que le faltaba un ojo se apretaba contra su pecho. Brian seguía de pie y los tres escoltaban al unísono mis esfuerzos por subir la maleta como si nunca hubieran visto un espectáculo igual.
- Hemos tenido que venir a la ciudad porque Esther tiene un problema en sus pulmones. La pobre se ha pasado toda la noche en observación – su mano acariciaba la cabeza de la pequeña mientras yo paseaba mis ojos de la una a la otra sin decir palabra – Pensará que soy una chismosa. Me llamo Carol. Caroline – y extendió la mano que tenía libre para que yo se la estrechara.

Ese asiento era más incómodo aún de lo que parecía a primera vista y, además, tan estrecho que te obligaba a pegar toda la espalda a la pared si no querías acabar resbalando hasta dar con el trasero en el suelo. Para buscar una mejor posición, me desplacé hasta la pared de la ventana con el fin de poder apoyar al menos un brazo en el alféizar de la misma. Con cada pequeño movimiento que hacía podía notar las miradas de aquel peculiar trío clavadas en mí, así que para no sentirme incómodo giré la cabeza en dirección a la ventana. Pero esto no era suficiente para evitar más peroratas.
- ¿Va usted a visitar a algún familiar? – Caroline estaba ahora flanqueada por ambos niños, uno a cada lado. Su voz era pausada y blanda, como si pronunciar cada una de las palabras le supusiera un esfuerzo enorme.
- No. Se trata de un viaje de negocios – los ojos de la niña parecían salirse de sus órbitas al escuchar mi respuesta. Mientras me inspeccionaba de arriba a abajo se juntaba más a su madre y le tiraba de una manga hacia abajo, como queriendo advertirla de algo que ella no pudiera notar.
En este punto mis ganas de conversación eran bastante escasas, por ser generoso con la expresión, así que volví a girarme en dirección al exterior, recosté la cabeza contra el cristal y cerré los ojos simulando que intentaba dormir. Las voces de los chiquillos peleando por unas galletas se iban diluyendo más y más en mi oído, hasta que poco después, sin darme cuenta, acabé por caer en mi propia trampa y quedé totalmente dormido. Tan rápida y profundamente que ni siquiera alcancé a escuchar el pitido del tren al partir de la estación.

Fue algo muy distinto lo que malogró repentinamente mi sueño. Debió de ser una curva pronunciada, o acaso un acelerón repentino del tren. Brian debía de estar de pie, o peleando con su hermana o preparando alguna fechoría. El caso es que la suerte quiso que en su caída el chiquillo viniese a parar, de entre todos los sitios posibles, justo encima de mí. Lo primero que noté fue un fuerte golpe, un sobresalto que abrió mis ojos al instante para comprobar que efectivamente Brian había aterrizado en mi regazo. Su cabeza se apretaba contra mi cara sin que yo supiera muy bien qué estaba ocurriendo. Su pelambre mugrienta se metía en mi boca, sus piernas descansaban encima de las mías y sus brazos se agitaban como tentáculos intentando encontrar algún asidero. El número circense se prolongó por varios segundos, sin saber cómo reaccionar ni cómo quitarme al chiquillo de encima.

- ¡Brian! Hijo mío, por Dios, ¡levántate de ahí! – Caroline se había incorporado de su asiento y miraba la escena tapándose parte de la cara con las manos, pero estaba tan paralizada que no era capaz de acercarse ni de ayudar al niño – ¡Ay, qué disgusto! ¿Está usted bien, señor?
- Uff, vaya, creo que sí. Hijo, ¿se puede saber qué estabas haciendo? – al fin conseguía agarrar al chico por la cintura y apartarlo de mí.
- Lo lamento muchísimo. No sé cómo ha podido suceder. Le pido mil perdones – Brian regresaba a las faldas de su madre mientras yo intentaba calmarme ajustándome la chaqueta y volviendo a ponerme el sombrero que se había caído al suelo. Y justo al agacharme de costado para recogerlo me di cuenta. Me estaba orinando. Una presión fina y puntiaguda en la parte baja del abdomen me avisaba de que, a pesar de mis reticencias a tal visita, debía ir al baño urgentemente.
- Está bien, intentaré olvidar lo ocurrido – ahora Esther se había levantado también y los tres estaban en mitad del compartimento, bloqueándome el paso hacia la puerta – Debo salir, si me permiten...
Por supuesto, había olvidado que la puerta estaba averiada y volví a fracasar al intentar abrirla. Inmediatamente Brian corrió en mi ayuda, intentando ganar puntos por lo que acababa de suceder, se coló por entre mis piernas y dio un pequeño y seco puntapié en la madera.
- Así, ya está – su mirada abierta y reluciente buscaba el perdón en mis ojos. Me irritaba depender del chico para salir del compartimento, como un anciano que no puede valerse por sí mismo, así que en lugar de eso aparté la mirada y salí al pasillo.

Casi agradecí salir de allí e inconscientemente respiré hondo en cuanto estuve solo al otro lado de la puerta. Miré mi reloj, apenas había pasado una hora desde la salida del tren. Y mientras me acercaba a los servicios rogaba porque las cuatro o cinco restantes transcurrieran lo antes posible. Ocupado. La puerta del lavabo de caballeros estaba cerrada, así que me apoyé contra la pared de enfrente esperando mi turno. Un minuto. Dos. La necesidad empezaba a apremiar y para relajar un poco la presión cambiaba constantemente el pie de apoyo, doblando el otro ligeramente contra la pared. Otro minuto más, y quienquiera que estuviera dentro seguía sin salir. Ya iba a golpear la puerta con los nudillos, pero una voz me interrumpió:
- ¡No se puede permanecer en los pasillos!– la voz severa y hostil del revisor me sorprendía desde la oscuridad. Su tono y autoridad me abofeteaban dejándome mudo para demostrar mi inocencia. Sin rechistar y avergonzado volvía al compartimento sin poder cumplir tan simple misión.

No dejaba de ser paradójico, puede que hasta gracioso, que fuera de una puerta cerrada a otra, pero en aquel momento no veía paradojas, y mucho menos gracias mientras llamaba a la puerta para que Brian me dejara entrar de nuevo. Los tres parecían estar esperando ansiosos mi regreso. Sus ojos atónitos estaban llenos de preguntas mientras yo, aún ultrajado por la actitud del revisor, sólo acertaba a falsear la sonrisa ridícula del que no quiere dar mayores explicaciones y volvía a sentarme en mi esquina. Pero me era imposible quedarme quieto. Las dos manos apoyadas en el borde del asiento. Los talones arriba y abajo, sin parar, flexionando un poco las piernas para soportarlo mejor.
- ¿No habrá ido usted a quejarse de lo ocurrido? – Caroline sonaba tan débil y distante como una ola a lo lejos en el mar.
- ¿Quejarme? – estaba tan concentrado en no orinarme encima que no sabía de qué me estaba hablando – ¡ah!, no, por supuesto que no. No tiene nada que ver, se lo aseguro — y seguía con mi particular y sedante movimiento.
- Brian es un buen chico. A veces me cuesta mantener el control sobre él, pero tiene buen corazón – Caroline se echó un poco hacia delante y bajó el tono – ¿Se encuentra usted bien?
- Sí, perfectamente. No hay ningún problema... ningún problema – era evidente que no podía estar quieto. Dirigí la vista a la ventana. Nada que ver más allá de la noche. Volví a levantarme en dirección a los servicios. Brian había tomado aquella operación como un reto personal, una oportunidad de demostrar su valía, y se había adelantado a mí para poner en práctica su mañosa técnica.

Aquello no era caminar por el pasillo. Sobrevolaba por él. Apretando una pierna contra la otra estiré mi mano hasta el pomo del aseo de caballeros. Seguía cerrado. ¿Cuánto tiempo llevaba aquella persona allí dentro? Golpeé la puerta. Ninguna respuesta. Los saltitos se intercalaban con pequeños empellones al tirador mientras la orina pugnaba por encontrar un camino fuera de mi cuerpo. Y caí en la cuenta. No había nadie dentro del aseo. Claro que no, había sido yo mismo. Al enganchar la maleta con la puerta había estropeado la cerradura. Magnífico, David. ¿Qué iba a hacer ahora? Miré a un lado del pasillo, luego al otro. Mi mano derecha ya tentaba a mis partes bajas para reprimir la micción. La puerta de al lado, el lavabo de señoras. No. Demasiado osado. ¿O no? No podía más, me daba igual con tal de no hacérmelo encima. Entonces, un ruido al fondo del corredor, una puerta que se abre. Doy marcha atrás y retrocedo por el pasillo ¿Y si es el revisor? ¿Le explico que la puerta del aseo no se abre por mi culpa? ¿Le pido permiso para entrar en el de las damas? Llego hasta el compartimento. La puerta se ha quedado abierta esta vez. Me quedo allí de pie, con el baile en mis piernas, sin saber qué hacer. Mirando a mis compañeros de viaje. Primero a Caroline, después a los niños. Pidiéndoles ayuda con la mirada. Intentando mantener algo que semejara una sonrisa.
- ¿Qué ocurre? Algo va mal, ¿verdad? – Caroline apretaba a los niños contra ella.
- Sí, terriblemente mal – mis piernas eran un desfile a toda velocidad.
Entonces me fijé en Esther. Jugaba con el único ojo de su peluche. Ajena por completo al drama que allí se vivía. Mi vista se clavó en ella. Y en ese momento de despiste permití que una gota se escapara de mí. Sin dar explicaciones volví al pasillo, corriendo, pasando de largo los aseos, hasta llegar al final del vagón. Sin pensar. Concentrando todos mis esfuerzos en no mearme en mitad del pasillo. Con una mano abría la puerta que daba al exterior, con la otra apretaba con fuerza mis órganos viriles. Ya estaba a punto. Casi. Aguanta. Un último esfuerzo La hebilla del cinturón y el botón de los pantalones y la vejiga a punto de explotar y la mano que busca a tientas entre la ropa interior y el líquido que ya me ha mojado las piernas y el frío de la noche en mi miembro y ya está. Y ya sale todo. El chorro generoso que se extiende hacia la oscuridad. La presión del abdomen que se reduce en un clímax sostenido. La puerta del vagón salpicada de mi orina. Y el revisor puede venir y mirar si quiere. Y Caroline y los niños. Y la señora de la estación. Y las puertas que no se abren. Todos. Todos ellos tienen la culpa de este momento, y a todos ellos debo agradecérselo también.

Y así me quedé un largo rato, con la puerta abierta y mirando al exterior. Sabía que si aparecía el revisor me reprendería, que podría incluso multarme, pero no podía importarme menos. Me sentía ligero, como si hubiese desalojado de mi cuerpo un peso cien veces mayor al de aquel pis. Con las manos apoyadas en el quicio de la puerta, intentaba adivinar montes y ríos y casas en el horizonte nocturno. Y me parecía estar mucho más lejos aún de la ciudad, de mi apartamento, de la oficina, de las facturas y las cuentas, de los relojes y los trajes a medida. No recuerdo muy bien las cosas que hice, dije o pensé en el resto de aquella noche, pero lo que puedo recordar con total nitidez es que después de un buen rato regresé al compartimento, me disculpé ante Caroline por mi comportamiento y le di un beso en la mejilla a cada uno de los niños. Y comoquiera que el sombrero era un estorbo para poder acercarme a la cara de los chiquillos, me lo quité, lo subí a lo alto del maletero y no volví a recogerlo de allí cuando bajamos del tren a la mañana siguiente.

lunes, 9 de junio de 2008

Montaña rusa


A pesar de que el parking está casi al completo el coche no tarda más de un par de minutos en encontrar sitio. El aparcamiento del parque de atracciones no es más que una gran explanada con pintura blanca en el suelo que delimita las plazas. Aun así, dejar el coche aparcado allí durante todo el día cuesta siete euros. Una de las puertas traseras es la primera en abrirse del todo terreno color verde botella y Andrea y Jorge salen por ella dándose codazos mutuamente. Unos segundos más tarde Miguel y Laura abandonan el vehículo tras comprobar que no dejan nada dentro.
- Mirad qué nubes. Va a ser difícil librarnos de un buen chaparrón hoy, ¿no creéis? – Miguel extiende su mano al aire para comprobar si empieza a caer agua.
- Miguel, cariño, no seas gafe, ¿quieres? – Laura sube la cremallera de su chaqueta hasta arriba y empieza a buscar en su bolso – Andrea, ¿dónde está el paraguas? ¿No me dirás que te lo has olvidado? Mira que te lo dije antes de salir…
Andrea está de pie, inmóvil, mirando hacia la entrada del parque.
No mamá, se me olvidó…- contesta sin girar la cabeza - iba a cogerlo y justo en ese momento me llamó Bea y…
- ¿Quién es Bea?- pregunta Jorge con voz de pito
- Es una amiga… pero ¿a ti qué te importa?
- Andrea, ¿es que no puedes ser un poco más educada con tu primo? – replica Laura con tono grave – Que conste que no me vais a dar el día ¿eh?
- Me temo que es un poco tarde para eso, cariño – Miguel cierra el todo terreno y se acerca jugando con las llaves en la mano – A nosotros hoy nos toca callar y aguantar. Ya te lo avisé anoche.
- Que les traigamos al parque de atracciones no significa que puedan hacer todo lo que quieran – Laura encuentra un pequeño paraguas plegable que llevaba en el interior de su bolso y se lo acerca a Andrea.
- No, gracias mamá, prefiero mojarme – la chica tiene la vista fija en la montaña rusa que se divisa al fondo del parque. Sus cimas sobresalen por encima del resto de atracciones, como los lomos de de un pez que se eleva por encima de las aguas.
- ¿Lo ves? Te dije que era enorme. Aquél debe de ser el punto más alto – Miguel se acerca a su hija por detrás y la rodea con el brazo – Dicen que sólo hay una más alta en toda Europa. No irás a tener miedo ahora ¿no?
Andrea no dice nada. Siente una nausea en la boca del estómago e instintivamente se lleva la mano a la boca.

Para montar en los coches de choque hay que esperar una cola de veinte minutos. Miguel saca dos fichas y le da una de ellas a Andrea. El pitido del siguiente turno suena tan alto que apenas pueden oírse los gritos de entusiasmo de la gente que corre en busca de un coche vacío. Miguel coge a Jorge de la mano y se abalanzan sobre uno azul oscuro que ha quedado parado justo a su lado. Laura y Andrea se mantienen apoyadas contra la valla que rodea la pista, prudentes espectadoras y animadoras. Andrea sujeta con fuerza la ficha en su mano, pero no se mueve del lado de su madre. Miguel tiene las manos en el volante, esperando que el coche empiece a moverse. Gira la cabeza para saludar y se da cuenta de que Andrea se ha quedado fuera, inclinada sobre la valla y con la mirada perdida.
- ¡Vamos, hija! ¡No te quedes ahí!
- Venga, ¡no seas tonta! – su madre responde al comentario dándole un empujoncito en la espalda.
Andrea se incorpora sin decir nada y de mala gana entra en la pista. Un coche rosa ha quedado vacío en una esquina. Mientras se dirige hacia él, los demás coches empiezan a moverse. Una melodía resultona y alegre sale por los altavoces de la pista. Dos coches pasan a su lado tan cerca que están a punto de hacerle perder el equilibrio, pero ella sigue con su paso lento en dirección al coche rosa. Miguel y Jorge hacen una maniobra para esquivarla y le dedican un grito de ánimo con tono de desafío que no encuentra respuesta. Su mano sudorosa introduce la ficha en la ranura del coche, pero éste no se mueve. Andrea resopla. Los coches corren por la pista de aquí para allá. Con bruscos volantazos van buscando el choque con los demás, sin importar si son conocidos o no. Cuanto mayor es el impacto, mayor parece la sonrisa de sus ocupantes. Andrea sigue parada en una esquina. Pisa el acelerador con fuerza pero el coche sigue sin arrancar. Desesperada, gira la cabeza para buscar la mirada de su madre, pero ahora no le está prestando atención. De repente, el coche de choque rosa suelta un pequeño sonido metálico y se pone en funcionamiento. Andrea, sorprendida por el brusco arranque, se agarra con fuerza al volante y acelera a fondo con intención de colisionar violentamente con el primer coche que aparezca en su camino.

Mientras sus padres descansan un rato sentados en un banco, Andrea juega con Jorge a perseguirse en una de las plazas del parque. Ahora es Andrea la que es perseguida por su primo y finge que corre a toda velocidad para hacer creer al niño que puede cogerla en cualquier momento. De un salto se encarama al borde de la fuente que preside el centro de la plaza. Se detiene para dar un momento más a la persecución, pero antes de poder continuar las vías de la montaña rusa aparecen en su vista por encima de los árboles que rodean la plaza. Su primo ha llegado ya a su altura y grita ‘¡te cogí!’ mientras tira con fuerza de sus pantalones. Pero Andrea no hace caso. Sus piernas se han quedado quietas y sus brazos han perdido la tensión. Al fin, Jorge sube a su altura y mira en la misma dirección que la chica. Sus ojos admiran encendidos la montaña y vuelven después a su prima, que sigue absorta y sin reaccionar. ‘A ti te van a dejar montar, ¿verdad?’

A media tarde las avenidas que recorren el parque están llenas de gente. El sol brilla por primera vez en el día y las chaquetas y abrigos dejan paso a las mangas de camisa. Andrea camina varios pasos por detrás de los demás, levantando la cabeza sólo para cerciorarse de que no les pierde de vista. Miguel señala hacia el final de una calle donde hay un par de mesas libres en la terraza de un bar.
Mientras toma nota de los pedidos, el camarero, un chico delgado con la cara llena de granos, no deja de mirar en dirección a los botones de la camisa de Andrea.
- Dos cañas, por favor – Miguel cruza las piernas y saca un cigarrillo de la cajetilla – Bien frías.
- Yo quiero un helado – Jorge ha fijado su vista en el cartel de los helados que está colgado en una de las columnas de madera de la terraza.
- Está bien. Anda, levántate y mira a ver cuál quieres. ¿Tú qué quieres Andrea?
Andrea está jugando con su móvil.
- Nada – contesta mientras sus dedos siguen moviéndose a toda velocidad por las teclas del teléfono.
A las dos primeras cañas les siguen otras tantas. Jorge aún tiene su copa de helado a medias, pero Andrea le coge la cuchara cada vez que se despista y le roba un poco de helado. Él protesta un par de veces, pero no le hacen mucho caso. Cuando ya se ha cansado de fastidiar a su primo, coge el vaso de cerveza de su madre y le da un trago.
- Andrea, ¿Qué crees que estás haciendo? – su padre le reprime desde el otro lado de la mesa.
La chica sube los pies encime de su silla y gira el cuerpo en dirección contraria, mirando a un grupo de nubes que se han quedado solas en medio del cielo.

El día ha sido largo y todos están cansados después de los paseos y la emoción de las atracciones. Aun así, todavía queda una en la que no han montado. Andrea tira esta vez del grupo con pies impacientes, mientras el resto le sigue con cierta inercia.
- Hija, ¿no hemos tenido ya bastante?- Laura protesta con poca convicción
- ¡Yo me quiero ir a casa! - Jorge ha dejado de andar y se dirige a un banco al lado del camino
- Bueno, creo que ha llegado el momento de los aventureros de verdad – Miguel coge a su hija de la mano – Yo me montaré contigo ¿qué me dices?
Mientras Laura y Jorge se quedan esperando sentados, Miguel y Andrea se dirigen a la cola de la montaña rusa. Miguel intenta bromear para hacer la espera menos tensa, pero Andrea no le escucha. Las palabras de su padre entran por su oído igual que el sonido de los pájaros a lo lejos. Lo único que puede escuchar con claridad son los latidos de su corazón, rápidos y punzantes.
Con los tickets en la mano, se posicionan en la línea de espera para la llegada del siguiente turno. Andrea tiene la cabeza baja, la mirada fija en el suelo de madera.
- Papá… tengo miedo.
- Jajajá. No pasa nada hija. La primera subida te va a parecer eterna, pero después ni te vas a enterar. Ya verás – Miguel lleva su mano al pelo de Andrea en un gesto cariñoso.
El tren llega a su lado y se para. Los anteriores ocupantes dejan sus asientos mientras respiran hondo o se llevan las manos a la frente. Padre e hija se sientan en el pequeño vagón metálico que queda libre a su lado. Andrea está casi tiritando. Su padre se inclina sobre ella y le da un beso en la frente. El sistema de seguridad del vagón se cierra a la altura de sus hombros y todo el tren comienza a moverse muy despacio.
- Agárrate fuerte. Esto va a empezar- dice Miguel con una sonrisa en su cara.
El tren comienza a inclinarse en su lento recorrido hacia la primera cima. Andrea siente un pinchazo en el estómago y baja la mirada. Una pequeña mancha roja ha aparecido en el asiento del vagón, justo debajo de sus pantalones vaqueros. El vagón se para por un instante, se inclina hacia delante y se desliza hacia abajo a toda velocidad en una caída libre. Andrea abre por fin la boca y rompe en un grito que sale directamente de su estómago.

lunes, 5 de mayo de 2008

Café de máquina


(Publicado en DEADCITYRADIO #2. Ilustraciones de Fausto Galindo)


- Tenían que ponernos gratis la máquina, ¿no? Nos dejamos medio sueldo aquí. ¿No quieres nada?
- No, no. Gracias.
- Oye, ¿cómo no viniste ayer a la fiesta? C___ me dijo que te daría un toque, pensé que igual te animabas a tomarte una.
- Ya, no sé. Hubiera estado bien, sí.
- ¿Pero te llamó o no?
- Pues no lo sé.
- ¿Te estás quedando conmigo o es que no quieres hablar? Bueno, tranquilo, te dejo leer el periódico, no te molesto más.
- No, lo que pasa es que… bueno, desde hace un par de semanas estoy sin móvil y…

[ … espera, voy a bajar la tele, no sé si me oirás bien … que casualidad, llevo toda la tarde pensando en ti, necesitaba hablar contigo … A_ y la niña se han ido hace un rato, y no me ha dicho ni dónde iban … han salido y me he quedado mirando la puerta … después de un día horroroso, llego y no me da tiempo ni a abrir la boca, sabes lo que te digo, ¿no? ahí, de pie, como si no le importase a nadie … ¿no te estaré aburriendo, verdad? … ]

… aún no he hablado con nadie de esto.
- ¿Cómo? ¿Estás sin móvil y no se lo has dicho a nadie? ¿Pero por qué? Tú estás muy raro ¡Ah, cómo quema el café!
- Ya, ése es el problema… que yo tampoco lo entiendo muy bien.
- Pues nada, tú tranquilo, yo estoy acostumbrado. ¡Si el pesado de G___ se tira todo el día gritándome cosas…
- No es que me haya quedado sin móvil…
- …y no le entiendo ni la mitad!
- … lo tengo en casa, apagado. A mi mujer le he dicho que está estropeado, pero no puedo alargarlo mucho más.
- ¿Y ese secretismo? ¿Qué te traes entre manos, F___?
- Me traía. Creo que ya se ha acabado ¿Tienes un cigarro por ahí?
- Sí, claro… ¿pero tú fumas?
- Sólo a veces… cuando estoy nervioso. Gracias. No puedo estar todo el día esperando una llamada que no llega, así que… ahí está, guardado en el cajón.
- Creo que me voy a sentar contigo, esto parece interesante.
- Sí, tú ríete, pero yo no le veo la gracia. Pensé que si intentaba olvidar el tema… pero nada, no hay manera.
- Vamos, que estás metido hasta el cuello. Si es que no puede uno dejarse llevar así…
- Si yo no pensaba que…

[ … a lo mejor no te has dado cuenta, pero si tú no hubieras insistido no habríamos llegado nunca hasta aquí … al principio creía que era una equivocación … o una broma, una broma de mal gusto … entiéndeme, uno no se fía así como así … pero al final me hiciste ver que esto iba en serio … a tu manera, claro … ]

… bueno sí, me he dejado llevar de la manera más tonta, y ahora no sé qué hacer.
- Pues nada, qué vas a hacer. Olvidarlo. O seguir comiéndote la cabeza, pero no merece la pena, con mujer e hijo… ¿un hijo, no?
- No, no, una niña. No saben nada, claro. Ya me imagino a A___, mirándome como si estuviera loco… creería que la estoy tomando el pelo.
- Voy a abrir las ventanas, empieza a hacer calor, ¿no?
- Es como si me faltara algo. Algo que nunca había estado ahí antes, y ahora no sé estar sin ello.
- Y… si tan importante es ¿por qué no te lanzas? ¿Por qué no llamas tú e intentas solucionarlo?
- Ya lo he intentado, pero no contesta…

[ … a veces me gustaría que dieras un paso más, que me pusieras las cosas un poco más fáciles … es un poco egoísta, ya me das bastante y no tengo derecho a pedirte nada más … pero ponte en mi lugar, en ocasiones he pensado cómo sería si … bueno, la imaginación puede llegar muy lejos … supongo que es mejor que las cosas sigan como están … ]

…nunca lo coge, siempre he tenido que esperar yo a que llamara.
- Una relación un tanto especial, ¿no?
- Sí… pero eso es precisamente lo que la hace tan diferente. A veces, cuando todo es como querías que fuera acaba perdiendo el sentido original. Acabas olvidando por qué estás ahí. Y cuando hablo con A___ me doy más cuenta de eso. Después del tiempo que llevamos juntos, ves que a la persona que tienes al lado no le interesa lo que tienes que contar.
- Bueno, eso es normal. Te lo digo yo, que llevo veinte años casado. Y casi mejor, para lo que hay que decir muchas veces…
- Pues eso.
- ¿Eso qué?
- Que no digo nada.

[ … se me hace mucho más fácil trabajar cuando llueve como esta tarde … la lluvia crea un ritmo cuando cae en la repisa de la ventana, y es una música que me distrae de lo que estoy haciendo … la gente se altera, no dejan de moverse de un lado a otro, comentando el aguacero con los demás como si fuese la primera vez que ven llover, en vez de disfrutar de ello … me encantaba cuando te ponían esas botas de agua, siempre de plástico de color chillón … ¿a ti no te las ponían? … ]

Para aburrir a la gente prefiero quedarme callado. Voy dándole vueltas una y otra vez, y no puedo concentrarme ni pensar en nada. G___ ya me ha dado un toque esta semana, se me han ido las cuentas tres veces. Y tengo miedo de que se lo diga a los de arriba, ya sabes.
- Sí, hay mucho insensible por ahí. No tienen piedad por nada. Oye,... ¿y estaba bien?
- ¿Cómo?
- ¿Que si estaba buena? ¿O es que te va a dar corte decírmelo?
- …no sé.
- ¿Cómo que no sabes? ¡Eso se sabe hombre!
- ¡Pues no, no lo sé! …no la conozco.
- Espera. Ahora sí me he perdido. ¿Me estás diciendo que todo esto es por alguien que no conoces?
- Bueno, conocer… de alguna manera sí, pero no sé quién es… ni siquiera sé si es una mujer o no. Es alguien que me llama, pero nunca habla. Las primeras veces, al ver que no contestaba nadie colgaba enseguida. Pero siguió llamando…
- ¿Y entonces?
- No podía hacer mucho por evitarlo, así que decidí seguirle el juego. Empecé a hablar para ver si así se animaba a contestar, pero tampoco… y acabé acostumbrándome a hablarle al silencio.
- Ya.
- No le contaba nada del otro mundo. A lo mejor recuerdos, cosas que hacía años que no hablaba. Pero no sé, me quedaba más a gusto... nunca me había pasado antes. Decía cualquier cosa, lo que estuviese pensando en ese momento, sin miedo ni vergüenza ni nada. Sin darme cuenta, lo único que hacía era esperar la siguiente llamada.
- Claro…
- También le hablaba de las historias de la oficina, o del equipo, pero yo creo que lo que más le gustaba… era cuando le contaba cosas de niño, en el pueblo… o esas tonterías que se te pasan por la cabeza y nunca las dices… Pues eso, desde hace casi un mes no ha vuelto a llamar y…
- Oye…
- ¿Si?
- ¿Y no has pensado que pueda ser una máquina?
- ¿Cómo una máquina? ¿Qué quieres decir?
- Sí hombre, yo qué sé, un ordenador de una compañía que llama automáticamente y se ha quedado atascado con tu número, ¿no? Podría no haber nadie al otro lado.

[ … ¿sabes qué me hace más fácil levantarme por las mañanas? pensar en que hablaré contigo ese día … te parecerá un poco tonto, pero para mi es importante, eres la única persona que me conoce de verdad … pase lo que pase, siempre me quedas tú … a veces ni siquiera me hace falta hablarte, me basta con pensar en ti y saber que en cualquier momento estarás ahí otra vez … es lo único que es verdaderamente mío, lo único que no parece puesto en mi vida por error … ]

- Pero no puede ser… ¿cómo no va a haber nadie?
- No sé, yo sólo digo…
- ¡Pero bueno! ¿Qué hacen ustedes todavía aquí a estas horas? ¿Es que no piensan subir hoy a trabajar?
- Verá G___, es que estábamos tratando un asunto muy especial y…
- ¿Y se puede saber qué es eso tan especial que les impide ocupar su puesto como es debido?
- Pues… es la máquina, que saca el café demasiado caliente.